lunes, 18 de septiembre de 2006

De la magia y la hermenéutica

Planteo mis respuestas en dialéctica con Yohualli que vive en Eltham, Londres donde el fascismo lleno de miedo se afana en seguir marginando la diferencia.
Es precisamente gracias a la hermenéutica que eso que damos en llamar la “realidad objetiva” frente a nuestros ojos se ha hecho añicos. Lo que antes eran objetos duros, terminados, inamovibles, expectantes a ser reducidos a leyes que los explicaran, han perdido su dureza, en tanto resultan ser construcciones del sujeto. La dualidad entre sujeto-objeto se ha debilitado. Sus fronteras se confunden y el sujeto no puede sino reconocer que está construyendo su objeto, que es, al mismo tiempo, el sujeto en afanosa búsqueda.
Sí, es mi mente la que se interesa por la hermenéutica, una mente racional que emplea el lenguaje, pues sólo tiene el pensamiento racional para aprehender “la realidad”, siempre como un medio limitado, pero medio al fin y al cabo. El Ser es más que razón y pensamiento; se sabe parcialmente privado de su libertad por las palabras; pero, al mismo tiempo, es conciente de que es el medio para dar sentido y orden al caos que está frente a nosotros. Pero es también la cualidad de limitación e incompletud de las palabras, por más contradictorio que esto pueda resultar, las que sirven de trampolín para lanzarse a encontrar la libertad ontológica. Porque Saussure no puede tener razón. La noche no es solo un concepto, la noche es; más allá de, night, noite, nuit, nacht, y yohualli misma, a ella le importa un bledo el apelativo con el que el ser humano la llama, porque ella es.
De acuerdo a nuestra condición humana, las verdades vienen con fecha de caducidad (y la hermenéutica en este sentido se regodea). Aunque no ocurra así para las religiones: las verdades son inmutables, eternas. Han estado ahí desde el momento mismo de la creación y sólo han esperado a ser descubiertas por el ser humano, que gracias a la voluntad de los dioses —que él mismo creó— las puede vislumbrar. Pero hay muchas religiones y muchos dioses con diferentes caras, atuendos, pareceres y tradiciones, así como un sinnúmero de formas de adorar ¿Será que hay muchas verdades? Prefiero darle la espalda a los fundamentalismos; me gusta más creer que vivo en un mundo que es soportado por una tortuga, y debajo de esa tortuga, hay otra y otra y otra ad infinitum.
Por eso, gracias a la hermenéutica dejé de estar dividido en pensamiento y alma, en cuerpo y espíritu, en razón y pasión; así, no cejo en mi empeño de abrir mis ojos para conocer en esta mi condición humana, sin pretensiones de neutralidad y envuelto en mi tradición de la cual pareciera que es imposible salir. Así, el mundo no ha dejado de ser mágico ni la noche ha dejado de embriagar a la razón; en su oscuridad le muestra sus alcances y sus posibilidades, pero también sus limitaciones y su reduccionismo.

Fuerza Yohualli que en tu diferencia has encontrado el poder de tu identidad.

viernes, 15 de septiembre de 2006

Salud por el desatino

Por mera casualidad me encontré con el blog de una chava que se hace llamar Yohualli. Me pareció muy curioso que adoptara tal nickname y que a su página la haya direccionado como Yohualli tormenta, aunque la titula como Et-am; mi curiosidad y asombro fueron en aumento cuando leo algunos posts que hizo sobre Syd Barret y Pink Floyd, a quien también yo le dediqué modesto tributo, cuando la vida se le fue más allá de sus límites.

Por un momento sentí el encuentro de una alma gemela (como si eso fuera real) y me sentí cobijado de un pequeño temblorcillo en el plexo solar. Los intereses que manifiesta tener son el shamanismo, las culturas ancestrales, la medicina tradicional, el cambio dimensional del planeta, etc. Temas que otrora para mi eran caros y que recuerdo con mucho cariño el tiempo cuando estaba empecinado en lecturas de Carlos Castaneda, el budismo, la onda new age, el shamanismo y los efectos de las plantas alucinógenas. Era un tiempo mágico el que vivía; rodeado de posibilidades supramundanas.

Llegó un momento en que mis intereses cambiaron y mis ojos se abrieron frente a una creciente complejidad que mostraba eso que damos en llamar realidad. La cultura, la hermenéutica y el lenguaje se volvieron aún más caros para mi, pero articularon lo que fue con lo que ahora es.
La mujer dice pasársela entre Londres y México; tiene desde junio que no escribe y lo más reciente que subió fue su “pequeño tributo” a Syd Barret. Muchas coincidencias unidas por La Noche Yohualli. Esa oscura, que no muestra su rostro; esa que cobija los actos de los amantes; esa que permite ver las estrellas; esa que se rehúsa a despojar de su sentido onírico, mágico y espiritual al mundo moderno. Porque por más razón que haya, siempre vendrá la noche para embriagar a la razón.

No sé si sentirme un poco menos marginado o bien, compadecerme de la marginación que vive Yohualli.

Ella escribió un poema que me gustó y que ahora plagio, o más bien, no plagió sino que copio aquí como un tributo al desatino que comparten, al menos en alguna medida, por más pequeña o grande que sea, un par de seres en este planeta.

Yohualli, la noche
la noche en cada instante,
la noche dentro de mi
la noche en el parque
la noche y un cuarto de hotel
la noche y tu cuerpo
la noche y el mar
la noche, luces rojas
la noche, yohualli
la noche y mi árbol
este es mi cuahuitl,
pero solo de noche....

lunes, 11 de septiembre de 2006

Agosto

Hay motivos para festejar. Pero agosto nunca ha sido un mes bueno para mí. Muchos de mis momentos más aciagos han ocurrido en ese mes. Quizá es el verano, estación que no tiene sentido en México. Acá sólo hay dos temporadas en el año: las lluvias y las secas y ese mes las divide. En agosto el calor no ha menguado todavía y llegan las moscas y los zancudos patones que ahuyentan el sueño. O tal vez son las lluvias que con timidez comienzan a desperezarse y no acaban por disminuir las altas temperaturas.
En agosto me han desquebrajado el mundo. O yo lo he hecho pedazos. En agosto lo he dejado todo por un horizonte igual de incierto que la caída. En agosto los pensamientos se arremolinan, especialmente en los ocasos nubosos, lilas, grises, rojos de realidades dobles en los que la línea del horizonte se eleva más allá de la tierra y se confunde con montañas inexistentes. En agosto se tuercen y desvanecen los sentidos que afanosamente voy construyendo. Agosto ha sido de partidas, de marchas, de peregrinaciones, de despedidas. Pero nunca de esclavitud con amores amancillados de rostros desfigurados y amoratados. En agosto no ha habido besos con bocas sin dientes, ni caricias de cuerpos vacíos y sin almas. A veces la libertad duele, pero prefiero el dolor que producen mis decisiones.
Desde fines de julio inicié mi vigilia. Expectante para ver por dónde saltaba la liebre nefasta de agosto. Intenté acortar las noches con Six feet under, con músicas y con lecturas de libros viejos. Cigarros, muchos cigarros y café, abundante café para mitigar el sueño que arreciaba a las seis de la mañana. Era inútil el garrote debajo de la cama; sería igual de inservible una pistola en el cajón del buró. El aumento de las chapas y broches en la puerta eran infructuosos. Todo eso lo sabía. Nada podría detener a esa liebre que en el momento más inesperado me asaltaría.
Me podría poner newager y agradecer que sigo vivo aquí en esta tierra. Que puedo ver el sol por la mañana con ojos resecos y arenosos que han permanecido abiertos toda la noche; podría adoptar mi máscara budista y creer que me llegó la iluminación al tomar conciencia de que con su vuelo errático, una monarca pudo llegar desde Canadá. O simplemente podría poner a Pearl Jam y cantar con el mismo coraje y fuerza que Edie Veder “I’m still Alive”. Pero no. Agosto es un mes aciago; igual a un nemontemi del que hablaban los mesoamericanos.
En los breves instantes que dormitaba, siempre un mismo sueño. La casa blanca, blanquísima, al borde del precipicio. El horizonte abierto no era obstaculizado por muro alguno; pero en el resto de la casa no había puertas ni ventanas. La salida única era el vacío el viento y la caída incierta. Incierta en el destino; incierta en qué habría de parar el descenso; incierta porque incluso sería posible caer hacia arriba. Volar. Pero el vuelo sería igual de incierto.
Pasaban los días de este agosto denso, pesado, cansado. La liebre no saltaba. Pensé por un momento en la posibilidad de que su fatalidad podría haberse hecho recuerdo y que había quedado plasmado con óleos resecos y quebradizos en un lienzo viejo y amarilloso. Pero por ningún motivo bajaría la guardia (a pesar de que no sirviera para nada).
Podría festejar este uno de septiembre. Emborracharme y dormir el sueño atrasado. Agradecer que agosto no haya traído nada esta ocasión, más que vigilia y que haya sobrevivido a agosto.