domingo, 18 de febrero de 2007

El primer gol

Es curioso, pero a las fechas no las recuerdo bien. Tuvo que ocurrir cuando yo tenía alrededor de siete u ocho años. Quizá menos o tal vez un poco más. Pero no lo puedo asegurar. De cualquier manera no es importante.
Contrario a lo que ocurría con la mayoría de los niños quienes tenían como sus ídolos a Hugo Sánchez o al gran Cabinho y sus famosos y numerosos goles, mis figuras preferidas eran los porteros: Olaf Heredia y Miguel Marín quienes para mi eran grandes por sus reflejos y agilidad felinos.
Por eso, cuando jugaba pedía ser el portero. Así podía disfrutar medir las distancias, poner atención con el ángulo que se ataca y que debía cubrir; los reflejos necesarios para no ser sorprendido y los lances. Esos, los lances era lo que más me deleitaba: volar por los aires para impedir que un balón cruzara la puerta. Esa acción requería de velocidad, precisión, agilidad, reflejos y fuerza; todo concentrado en un instante. Por eso me resultaba fantástico.
Yo tuve muy claro durante mi infancia que lo mío, así, lo mío, lo mío no era ser delantero, ni medio, ni defensa. Cualquier otra posición que no fuera la de portero, no más no se me daba. Durante un tiempo sufrí esa situación porque ingresó a jugar el Paja, un niño que era un excelente portero, mayor que yo por dos o tres años. Cuando él llegaba al partido yo no tenía oportunidad de jugar mi posición preferida y tenía que pasar dificultades pateando el balón. El problema era que la defensa, la media y, sobre todo, la delantera, no más no las entendía. Lo intentaba y lo intentaba, pero nada de goles, no estuve ni siquiera cerca de meter uno. No entendía dónde ubicarme para sacar ventaja, no tenía grandes capacidades para el drivling, ni nada acercado a la fuerza y puntaría de Pata Bendita. Me sentía perdido en la cancha.
Pero hubo una tarde especial. Todos hemos tenido una de esas en la que los milagros suelen ocurrir. Aquel día sin entender de dónde, ni cómo tuve un gran logro. Jugábamos contra los niños de la calle de Arrayanes, con quienes teníamos un pique cantado y no habíamos podido sacar ventaja en los últimos cuatro encuentros. Nos habían aventajado y con mucho: 4-1, 5-2, 3-0 y 5-1. Teníamos que esforzarnos para sacar un resultado favorable. Yo estaba determinado a que así fuera; no importaba que no jugara de portero.
Me concentré en el juego y bromeando, mientras calentaba, me dije "esta es una buena tarde para meter mi primer gol". No importaba que Li estuviera de portero, ni que los altos defensas tuvieran fama de dejar pasar el balón o al hombre, pero nunca a los dos. Esta ocasión no me iban a detener.
A pesar de la insistencia de mis compañeros para que me quedara en la defensa central, me adelanté por la banda derecha y me mantuve arriba de la media cancha, presionando desde su salida. Desde los primeros minutos nos volcamos sobre ellos. Desde su cancha dificultábamos sus pases. Robamos el balón. Alex me vio descubierto y me mandó el pase. Corrí por él. De primer intención retrasé para Pepe y él regresó a Alex quien ya estaba en el medio campo. Avanzó y burló a Toño. Me adelanté a unos cuantos metros antes del área grande y Alex me dio el balón. Tuve que hacer un driviling no muy elegante para quietarme al defensa central quien se barrió y brinqué para que no me arrollara. Adelanté un poco el balón y sin pensarlo lo patee con toda la potencia de mí ser. Boló la pelota con fuerza. Li se lanzó con suma velocidad hacia su derecha, estiró todo su cuerpo, pero no pudo hacer nada. Rozando la parte baja del arco superior, la pelota hizo una "campanita" y rebotó ya dentro del área de gol todavía con mucha velocidad y terminó enredándse en las blanquecinas redes.
Mi entusiasmo era tan grande que me dejé llevar por el. Corrí y corrí con los brazos abiertos levantando las piernas lo más alto que podía y grité y grité y volví a gritar “Goooooooooooool", “Gooolaaaaaazooooooo", “Gooooooool".
A veces los milagros ocurren. Lo sé bien. Así como había imaginado el gol, así había ocurrido. Así fue como metí el primer gol en mi vida. Después vinieron otros. No muchos más, pero también me produjeron una profunda alegría, mas ninguno como el primero. Regresé a la puerta por elección propia y hasta que empecé a jugar basket ball me mantuve haciendo grandes lances.