lunes, 15 de septiembre de 2008

Los caminos de Sísifo

Sisifo de Franz Von Stuck, 1920 Sísifo de Franz Von Stuck, 1920

Me encontré con unos limones e hice limonada.

Así no dice el dicho gringo, pero es igual. Sirve de la misma manera para apuntar lo que aquí me interesa.

En enero de 2007 me encontré sin ingresos y sin trabajo. A pesar de que habían surgido un par de oportunidades para ingresar a laborar en una Universidad, por alguna razón que todavía no entiendo cabalmente, no las acepté. Mi reconocimiento académico era inexistente más allá de las puertas de mi habitación y de algunos familiares y amigos benevolentes. Mis flamantes títulos sabía que no servirían de mucho cuando llegara a pedir empleo exigiendo una secretaria, oficina privada y demás comodidades. Nada más allá que lo adecuado para mi grado académico.

Durante unos pocos meses antes de que terminara mi beca me dediqué a buscar toda oportunidad de participar en coloquios y conferencias. Era el medio que consideré apropiado para darme a conocer en el medio académico de mi ciudad y del país. Incluso estuve a punto de ir a Argentina a participar en un coloquio de historiadores. No obstante que la escasez de recursos económicos dificultaban mis aspiraciones. Ignoraba incluso que cobraban por ir a presentar una ponencia.

No eran nuevas las sensaciones de miedo e impotencia por la incertidumbre que me presentaba la vida y sus avatares. Durante el mes de enero no supe qué hacer. Incluso estuve pensando abrir un taller para arreglar y vender computadoras.

Quizá por unas vacaciones que pasé en un parque acuático, en aquel tiempo me visitaba frecuentemente la idea de que la vida era como un descenso en un tobogán. Pero uno en el que no se conocen las vueltas y vericuetos que trae consigo el viaje y que la muerte era como sumergirse en una piscina. En este juego el trayecto es lo que importa. En él se puede disfrutar la sensación de ir descendiendo, sentir las fuerzas de gravedad, las centrípetas y las centrífugas; o bien se puede convertir en un suplicio lleno de miedo. Surge así el intento por controlar la velocidad, desacelerar la caída aferrándose con las manos a las paredes del tubo, aunque esto produce quemaduras y las consiguientes ampollas en las manos y píes.

No sabía qué hacer, pero también estaba convencido de que la solución vendría a tocar mi puerta. Como efectivamente ocurrió. Gracias a la amistad que un hermano mío tiene con un trabajador del sindicato de maestros me llegó la oportunidad de ingresar a laborar como profe de secundaria dando la materia de historia, en el sistema federal. Por alguna absurda razón sentía que debido a mi preparación académica no era justo que terminara como profe de secundaria. Pero no estaba en condiciones de ponerme mis moños y rechazar una oportunidad laboral más.

Para febrero de aquel año yo ya estaba frente a grupo impartiendo mis clases de la manera en que mejor se me ocurría, muy empíricamente. Mis referentes para dar mis clases eran mis profesores, tanto los buenos como los malos. Sobre todo estos últimos, porque yo no quería ser como ellos. Pero a fin de cuentas mi práctica docente estaba basada exclusivamente en marcadores y buenos deseos, sin más preparación pedagógica. didáctica o teórica. Donde estaba mi fuerte era en el manejo de la materia, ahí sí no sentía debilidad alguna, pero saber mucho sobre algo no significa que seas hábil para enseñarlo.

En algunos talleres y cursos en los que conviví con maestros, escuchaba en sus discursos que ellos estaban dando clases por vocación. Este argumento es frecuentemente esgrimido por quienes son normalistas y con él se distinguen de los que, como yo, llegamos de manera indirecta al magisterio. El argumento es fuerte e implica que más que conocimientos, ellos tienen inmerso en su espíritu una cualidad especial.

La curiosidad me llevó a investigar qué era eso de la vocación y descubrí que la palabra vocación tenía una historia bastante prolongada. Durante los primeros años del cristianismo se había empleado para referir el llamado que Cristo hace a algunos cuantos elegidos a seguir sus enseñanzas, para que puedan alcanzar la vida eterna. De hecho, vocación significa precisamente "llamado", proviene del latín vocatio onis que es acción de llamar Por extensión esta palabra se empleó en términos de trabajo, para los elegidos que recibían el llamado de Dios para convertirse en sacerdotes, guías del estado espiritual de las personas; posteriormente se aplicó para los médicos, cuidadores de la salud; y para los maestros quienes "forman" a los feligreses y a los súbditos para que obedezcan a sus gobernantes, como lo diría Comenius.

Pues no, yo no recibí el llamado y no había pensado en dedicarme a ser profe, sino que me llegó la oportunidad y simplemente la tomé. Mis aspiraciones son más amplias y justo acabo de iniciar nuevamente una maestría en ciencias de la educación, pues el fenómeno de la educación me atrae de manera singular. Nuevamente un inicio hasta que llegue a la cúspide, para volver a comenzar otra vez.