domingo, 11 de agosto de 2013

Choque de paradigmas en los medios

La batalla por las audiencias está cambiando de escenarios. Ahora es más compleja e intrincada. El choque de intereses detienen a algunos, mientras que otros pugnan por un nuevo paradigma en la distribución de medios.
HBO Go y Movie City Play están ingresando al servicio de streaming, para competir con Netflix, Claro Video, Google Play, Nuflick, Klick o Vudu. Sin embargo, no están disponible para contratarlos de manera individual, sino es un servicio que ofrecen "gratuito" a sus suscriptores de cable. Es decir, para quienes tienen contratado el servicio de cable digital y los paquetes especiales de HBO o Movie City, se ofrece que su programación pueda ser vista en streaming, sin restricción de tiempo u horario a sus suscriptores (HBO Go todavía no está disponible en México). Bien podrían ofrecer la contratación del streaming, sin embargo, esto afectaría a los intereses de las cableras que fueron, anteriormente, su único medio de distribución y los servicios de streaming afectan directamente sus intereses.
El viejo paradigma de oferta de televisión restringida, privada o de cobro, como se le quiera llamar, fue durante muchos años el único medio que se tuvo para acceder a canales o servicios Premium (HBO; Movie Citty). Para contratarlos actualmente se precisa de varios elementos: en primer lugar, el servicio de cable básico ($280.5 al mes en precios que ofrece Telecable de Zapopan o Megacable), en segundo lugar el servicio de TV Digital básico ($71.5) y por último el servicio Premium de HBO o Movie City ($150 cada uno). Entonces el costo mensual sería de $502 (más $200 de contratación si se paga con tarjeta de crédito y $400 si es pago en efectivo). El problema con este paradigma (caracterizado en nuestro país por el monopolio de Televisa es que se contrata por paquete) es la nula flexibilidad que ofrece. Es decir, no se tiene la posibilidad de elegir qué canales adquirir. Todo es un bloque a precios fijos (a pesar de que muchos canales nunca se vean, se pagan en paquete, incluso los canales Televisa y TV Azteca que deberían ser gratis, lograron introducirse al paquete), se vea lo que se vea, se paga en paquete todo.
Además de esa rigidez, el viejo paradigma tradicional de oferta de medios audiovisuales tiene las limitaciones de tiempos y horarios. Se ofertan en días y horarios específicos los programas. Para ver algo que realmente interesa, se tiene que estar pegado al televisor en el día y la hora que la cadena televisiva tenga a bien pasarlo. De lo contrario, uno se pierde de la oportunidad de disfrutarlo.
Este viejo paradigma tradicional tiene a su público cautivo en todos los sentidos (temporales y espaciales). Por donde se le vea es rígido, pues de esa rigidez incluso depende la publicidad, pues de lo contrario, el público podría saltarse esa publicidad a la que se obliga ver. Entonces HBO y Movie City están amarrados al anquilosado paradigmas de medios, por los intereses de las cableras, antes aliados extremos. Ahora, ese aliado les está estorbando, los está deteniendo.
Esta es la oportunidad de los servicios de streaming para que puedan ampliar sus mercados, aunque es un camino bastante difícil, sobre todo en un país como el nuestro, pues la difusión de la banda ancha es todavía bastante limitada (según las estadísticas que sacan sólo el 35% de los usuarios de internet la tienen) y el nivel de personas que tienen conexión a internet en el país es bastante bajo (cerca del 30 por ciento de los hogares, según INEGI). Sin embargo, la flexibilidad que ofrecen los servicios de streaming es muchísima con respecto a los tiempo y horarios, pues se ve lo que se quiera ver de la oferta en el momento que se quiera ver.
La gran desventaja de los servicios en streaming es que exigen una conexión mínima de 3 Mb/s y 5 Mb/s para HD 1080p. Además se requiere el receptor que puede ser una computadora, una tableta, algunos smartphones, consola de video juegos o Smart TV. Disfrutar este servicio en su mejor calidad sí exige un desembolso bastante fuerte en aparatos y conexión de internet. Quizá por esa razón la difusión del streaming vaya a paso tan lento

lunes, 29 de julio de 2013

Treme es asesinado por las audiencias

Desafortunadamente, la televisión en general se rige por los números de audiencia. El famoso rating. HBO, que ha intentado hacer una revolución en la televisión en lo que se refiere a series no se queda atrás en este rubro. Ha creado series buenísimas como Six Feet Under (para mi la mejor serie de televisión que se ha creado hasta la fecha), The Sopranos, The Wire, Deadwood, Carnivále, Rome, las más recientes como Boardwalk Empire, Games of Thrones y Treme. Es a esta última a la que los índices de audiencia le declararon, recientemente, la muerte.
Antes, pasó con The Sopranos, que de repente, sin decir más, la historia quedó inconclusa y ya no se hizo más. Lo mismo le ocurrió a Deadwood, Rome y Carnivale. Como se veían por pocas personas, se dejó de producir. Para ellos números como 500 mil personas viendo la serie es muy poco.
Los ejecutivos señalan que no es un problema de dinero, sino de audiencias. Es decir, el principal interés de HBO es simplemente tener series que capten a los televidentes y si no lo logran simplemente la finalizan sin decir más.
Para HBO el problema no es el dinero, pues para tener su servicio los usuarios de cable deben contratar el servicio adicional de HBO que aquí en México está formado por un paquete de algo así como 10 canales, dos en HD y creo que han incorporado el servicio SD, aunque no sé si en México (yo no tengo el paquete) más el servicio de HBO Go y el costo de su servicio es de alrededor de 125 pesos. Entonces, su problema no es el dinero, pues sus televidentes ya pagaron de antemano, vean o no sus canales. Para ellos lo que importa es que las audiencias estén en sus canales.
Su gran éxito actual Games of Thrones en EUA tiene una audiencia que fluctúa entre los 6 y los 4,5 millones de espectadores por capítulo. Estos números no cuentan lo que se ve en otras partes del mundo ni tampoco cuenta los millones de personas que bajan la serie de internet.
Entonces, si sus series no tienen audiencia, simplemente las cortan. Como decía ahora le toca a Treme que es una serie que narra la tragedia de las personas que viven en Nueva Orleans después del huracán Katrina. Es gente ordinaria, viviendo sus pequeñas vidas, en la tragicomedia de la vida. No son superhéroes, ni hay balazos al por mayor, tampoco se vive el drama facilón del romanticismo con violines incluidos. No, son personas enfrentando la vida de la mejor manera que pueden. Quizá eso no le gusta a mucha gente, pero luego, ocurre que no ven la serie cuando la pasaban por el canal y luego la compran en DVD o por piratería y las series se vuelven un gran éxito. Así le ocurrió a The Wire, calificado por algunos como la mejor serie de televisión producida hasta ahora.
Con Treme dieron la oportunidad de cerrar la serie. Decidieron añadir cinco capítulos para redondear los temas y finalizar, la temporada 3.5 iniciará en diciembre y dejaremos de escuchar el excelente mardi grass, el jazz, los cantos indios.... Mala cosa para la buena televisión que se rige por las audiencias.

miércoles, 27 de marzo de 2013

La caminta bajo la lluvia


A muchas personas no les gusta el frío ni la lluvia. Se sienten impelidos a permanecer dentro de sus casas. Sus planes se ven frustrados y se vive en una especie de cautiverio climático. Los cielos nublados y las lluvias los llenan de tristeza. Dicen que en los países de altas latitudes, donde el cielo permanece nublado la mayor parte del tiempo, la falta de sol llega a afectar el humor. Con un fuerte determinismo climático y con una excesiva simpleza esto lo ven como la causa de que el carácter europeo sea más bien melancólico y taciturno.
No sé cómo reaccionaría si viviera en un lugar en donde más de doscientos días al año son nublados y lluviosos. Tal vez los disfrutaría tanto como lo hago ahora o si mi estado de ánimo se alteraría. Posiblemente seguiría pensando que la lluvia y el cielo nublado son mucho más atractivos porque presentan más variantes que los días soleados. Pero cuando ocurren, me resultan cautivadores. En los días soleados las variables son menores. Desde luego, que los ocasos y los amaneceres presentan un espectáculo sensacional, lleno de colores y formas diversas. Pero a lo largo del día, el cielo azul, sólo es azul. La vista se puede perder en la profundidad del cielo y no cambiará de azul. De repente se ve alguna nube y bueno, cambia un poco. Pero cuando no hay ninguna nube, el cielo azul está ahí, esperando los cambios que le producirá el sol. Pero son muchas horas en que sólo es azul. 
En cambio, cuando el cielo está cubierto de nubes, hay más que ver. Los matices de claroscuros que van desde las blancas y claras totalmente hasta las oscuras, casi plenamente negras, pasando por múltiples variedades de grises. Su forma y su movimiento por el viento permiten estar viéndolas durante un buen rato y no se repiten. Así se descubren sus diferentes alturas. Como cuando amanece y está la tierra cubierta de neblina. Se mira a las que están arriba y se ven sus tonalidades de grises.
Lo mismo ocurre cuando hay lluvia, el paisaje queda lleno de variaciones. La lluvia no es de una sola forma, está el chipi chipi de gotas discretas, pequeñas, que casi no producen sonido al caer; pero luego cuando se intensifica a veces cae de manera oblicua, otras en dirección vertical; ya no digamos cuando es torrencial… Pero sobre todo, los sonidos que produce, cambian dependiendo tanto de su intensidad como del juego que hace con el piso o techo que toca. Los materiales si son tejas, asbesto, lámina de plástico, lámina de metal, techo de material o de madera… el piso, si es tierra, asfalto, cemento, adoquín… todos representan variaciones de algo que parecer ser lo mismo, pero no lo es.
Por eso disfruto de caminar bajo la lluvia. Más cuando esta llega en el invierno. En Guadalajara las lluvias son en verano, y rara vez se presentan en invierno. Además cuando raramente ocurre, es un fenómeno que dura pocos días. Sentir el frío tolerable que hace en esta ciudad sin duda es delicioso. Basta un suéter, una chamarra, una sudadera para cubrirse, no hace falta más nada. Las calles adquieren otra apariencia, casi otra dimensión.
No quise perder la oportunidad de salir a disfrutar la lluvia con una caminata. Dejé incluso mi carro en casa y tomé el minibús. Se trataba de deleitarme con el clima no de rehuirle.
El camión casi vacío, además de mí, iba una pareja de jovencitos y una señora de mediana edad. Los carros que transitan por avenida Américas encienden sus luces para mayor seguridad. La mayoría conducía a una velocidad moderada, incluso por debajo del límite. A pesar de los cristales empañados, las personas se ven bien cubiertas con suéteres o chamarras ligeras. Las aceras vacías, sin ningún transeúnte. El sonido de los neumáticos chapaleando con los charcos; los árboles gotean la lluvia y sus hojas se inclinan por el peso. Las esporádicas personas que abordan la unidad de transporte, suben empapadas, los cabellos caídos escurriendo lluvia y caras adustas, incluso molestas por estar mojados.
Decido bájame en avenida Vallarta y caminar hacia el poniente. Es una zona agradable. Las aceras están pobladas por no muchos árboles (aunque sí algunos y ya viejos) y casi por ningún peatón. No hay muchas personas a las que les guste mojarse simplemente porque sí. Aunque no falta el jovenzuelo en patineta que no le importa la lluvia. Pasa velozmente a mi lado. Él ni siquiera evidencia tener frío. Su único abrigo es su playera y un gorro negro que le cubre la cabeza, desde donde salen los cables blancos de sus audífonos. Lo veo alejarse en la distancia rápidamente.
Al cruzar la avenida Luis Pérez Verdía, se puede ver desde la venta del Sanborns que tiene poca clientela. No obstante, su minúsculo estacionamiento está ocupado totalmente. Al interior del restaurant se ve una pareja de jóvenes que beben café. Al centrar mi atención en ellos, me recuerdan la primera ocasión que fuimos a ese lugar Sofía y yo. Estábamos todavía en la preparatoria y charlamos, tal cual lo hacían esos jóvenes. Incluso nos sentamos en la misma mesa que ahora están ocupando. El joven habla y la melena de ella se mueve mientras vierte azúcar sin parar dentro de su taza.
Una mesa más allá hay una familia joven. Un niño es abrazado por su madre y el padre atiende a la otra pequeña. Extrañamente la mujer me resulta sumamente familiar. Su estatura breve contrasta con el largo de su cabello. Sonríe mostrando su blanca dentadura. Sus facciones son como las de una bella indígena maya. Casi podría asegurar que esa mujer que ahora veo es Itzel, con unos años más a como la recordaba. Me acerco un poco a la ventana pare verificar si también llevaba falda larga cubriéndole hasta las pantorrillas. Es absurdo que creyera posible esto, pero así fue. Casi estaba convencido que vería las piernas de esa mujer cubiertas por una larga falda de mezclilla. No fue así, llevaba pants y por alguna razón, tanto la joven como la mujer voltearon a la ventana donde yo me encontraba y me miraron fijamente, sin ninguna expresión.
Un poco apenado por perturbar la privacidad de esas personas retomé mi andar, pues como en ese lugar no permiten fumar, prefiero seguir caminando. A pesar de que se me antoja un café, el de ese lugar es bastante malo. Prefiero esperar por uno mejor. Vale la pena seguir caminando bajo esta tenue lluvia.
Esta avenida la he caminado mucho y no me cansa. A pesar de estar atestada de automóviles que circulan raudamente, me gustan sus árboles, que deberían de ser más. Pero quizá eso sólo sea un capricho mío. Siempre me ha gustado la ruta desde Los Arcos hasta Avenida Chapultepec. El cine del Centro Magno era de mis preferidos. No se atestaba de gente y después de la película salía acudir a un restaurante o a un café a degustar una bebida.
No muchas veces he tenido oportunidad de caminar bajo la lluvia. El trabajo suele ser esclavizante e impide hacer lo que uno quiere, cuando uno quiere. Pero siempre lo he hecho solo. Nunca he invitado a nadie caminar conmigo bajo la lluvia. Quizá si invitara a alguien me respondería que estoy loco y que no tiene ningún sentido salir a mojarse bajo la lluvia absurdamente para ir a ningún lado. Sí, reconozco que tendría razón y que es difícil explicar lo bien que se disfruta estar dentro de la lluvia caminando en las calles semivacías. Aguzar el oído para captar las variaciones de sonidos con las gotas cayendo, el sonido de los neumáticos pasando por los charcos. Ver las nubes, los árboles cargados de lluvia… Además intentar explicar esto es como pedirle a alguien que no le gusta la lima, que aprenda a disfrutar su sabor agridulce y un poco amargo. Por eso prefiero disfrutar esto solo.
De niño, cuando terminaba la lluvia, solía mover los árboles pequeños para que soltaran las gotas que contenían sus hojas y sus ramas. Era como tener una microlluvia momentánea. Las gotas eran gordas y caían rápidamente, junto con algunas hojas. Pero por esta avenida no hay ningún árbol joven al que mi sacudida le represente un movimiento suficientemente fuerte para mover sus ramas y hojas.
Estoy seguro de que existen varias mujeres que disfrutan las caminatas bajo la lluvia. Sin tener que ir a algún lugar, simplemente caminar bajo la lluvia como un deleite. De seguro habrá más de una que sí lo haga. Incluso casi podría asegurar que en este preciso momento hay más de una mujer haciendo lo mismo que yo. Nada más que no va caminando por la misma avenida que yo.
El elefante del Centro Magno me parece una escultura bastante bien lograda, aunque de un tamaño exagerado. Este centro comercial me recuerda de alguna extraña manera a la Alhambra. Desde luego, no tiene punto de comparación en la belleza. Sin embargo, sus muros exteriores, lizos carentes de cualquier tipo de decoración es lo mismo que hicieron con el magnífico edificio árabe en Andalucía. Esa ausencia de decoración exterior contrasta con el interior lleno de luces, espejos, pisos lujosos y una abundancia de letreros, flores (aunque sean de plástico) y demás adornos. Prefiero no entrar. En el Starbucks tampoco dejan fumar. Pueden tener buenos preparados de café, pero el americano o el expreso, no son particularmente de mi agrado, hay otros mejores.
En el ambiente comienzo a percibir un aroma muy peculiar. Un perfume femenino. Bastante grato. De inmediato los recuerdos acuden a mi memoria. Era el mismo perfume que usaba Mariel. Trato de ubicar de donde proviene y miro por detrás de mi. Una mujer, que a pesar del frío, lleva una minifalda, medias obscuras y un blazer tipo ejecutivo azul con rayas blancas con el cabello cortísimo peinado con gel. Abraza un recopilador blanco con ambos brazos. Cruza la avenida hacia la plaza comercial de enfrente. Me detengo para mirarla. Mi sorpresa va en aumento por el increíble parecido a Mariel, justo como estaba cuando la conocí. Antes de atravesar el umbral de la puerta, gira y me ve. Alza su mano derecha y me hace una seña de despedida. Gira nuevamente y se introduce sin más.
Por unos instantes me quedo mirando su espalda introducirse al centro comercial. No puede ser Mariel, esa jovencita no puede tener más de 27 años, como cuando la conocí. Pero de eso hace ya más de 15 años. Mariel ahora tiene 42 es imposible que sea ella. Por un momento pienso en esta avenida Vallarta por la que camino es en realidad un viaje por mi propia memoria. Quiero encontrar evidencias de que realmente estoy aquí y que es el presente. Siento las ligeras gotas que caen y veo como se estrellan en el piso. Cruzo la avenida detrás del misterioso perfume. Me introduzco. Hay varias oficinas de agencias de viajes. No hay personas caminando por los pasillos. Sólo un guardia taciturno sentado en un banco. Me le acerco para preguntarle por la mujer que acaba de entrar.
— No, señor, no ha entrado nadie desde hace más de media hora. Ya ve como está el clima. Ahora no ha habido clientela.
— Quizá alguna trabajadora… era una mujer alta, delgada, de minifalda y blazer azul. De verdad no la vio entrar. No hace ni dos minutos tuvo que pasar por aquí.
— No, señor. No ha ingresado nadie. Lo habría notado.
— Que raro. Muchas gracias.
El hombre inclina la cabeza. Salgo nuevamente a la lluvia. Una ráfaga de viento sopla fría. Se me entumecen los dedos de la mano. Enciendo un cigarrillo y continúo, lleno de confusión. Trato de no darle importancia al asunto, pero no deja de parecerme extraño. Sobre todo por el perfume y por el hecho de que me haya hecho la seña de despedida. Es realmente extraño. Casi podría asegurar que esa mujer era Mariel 15 años atrás.
Para disminuir mi desconcierto, pienso en sentarme a meditar un momento y beber un café en Martinique que está a la vuelta y es bastante bueno. Doy vuelta en la esquina hacia el sur para tomar López Cotilla y al verlo cerrado, recuerdo que aquel café ya tiene algunos meses que se cambió a otro local. Continúo caminado rumbo al oriente no menos consternado.
Trato de pensar en otra cosa y llega a mi recuerdo Ángela con quien caminé algunas veces por Vallarta, pero nunca lloviendo. Ella no dejaba de hablar. Al parece se sentía compelida a decir todo lo que se le venía a la cabeza. Yo bien pudiera haber disfrutado su compañía con un poco de silencio, pero ella no lo veía así. Sé que hay personas con las que no se puede compartir un silencio sin que sea incómodo. Por eso se dicen muchas cosas a veces sin querer decirlas y no me refiero a ofensas, sino que de repente el subconsciente, en su caos, toma la batuta de una charla que termina siendo absurda, aunque si se pone atención lo único que dice es “quiero estar contigo sin silencio”. Yo la escuchaba y de vez en cuando respondía alguna cosa, pero más bien escuchaba. 
En la calle López Cotilla hay árboles más grandes y varios de ellos han destrozado las banquetas. Entre las raíces se forman pequeños charcos de la lluvia y el tránsito de automóviles es mucho menor. Es una calle con menos establecimientos comerciales y con más oficinas. La calle está atestada de automóviles estacionados junto a las aceras. Las banquetas están igual de vacías que en Vallarta y a pesar de que me estila la lluvia por el cabello y de que las gafas escurren gotas, la chamarra impermeable me mantiene a buena temperatura y seco. Lo mismo están haciendo las botas que a pesar de haber pisado alguna que otra acumulación de agua, mis píes también están secos.
Miro el celular para verificar la temperatura. Seis grados Celsius, con la misma sensación térmica. Hace poco viento, por eso no es tan frío. A pesar de eso, me resulta muy agradable la sensación de la cara rígida y el sabor del humo del cigarro no sé por qué lo disfruto mucho más en temperaturas bajas. El frío en la cara me resulta muy agradable en la cara, pero no en los dedos de las manos y mucho menos en los píes. Pero estamos hablando de los fríos de Guadalajara, que sólo califican para llamarlos frescos.
Una de las cosas que buscamos en las parejas es compañía. Pero esta caminata no la imagino con alguien. He leído que usualmente buscamos a personas que sean muy parecidas a nosotros mismos. Que tengan los mismos gustos, las mismas inclinaciones políticas, literarias, de cine, de música, incluso físicas. Sí, quizá sería difícil entablar una charla con una mujer que sólo sabe de telenovelas de Televisa o TV Azteca, o que la literatura que haya leído se reduzca a las llamadas “novelas con corazón”. Pero más allá de eso, también es bastante agradable convivir con las que piensan y son diferentes a uno mismo. Incluso puede llegar a ser divertido. Lo que ha terminado ocurriendo en esas situaciones es la prudente simbiosis cultural que se dan en las parejas. La mujer, voluntariamente, termina adquiriendo las manías del hombre y el hombre, también comparte las manías de ellas.
Es curioso lo que ocurre en las parejas. Todos tenemos ciertas manías y que éstas sean compatibles con las que tiene la mujer eso es algo que surge solo o no se da. Hay cierto tipo de cosas que al explicarlas pierden su sentido. Además, desde luego, es imposible hacer que se disfrute algo, sino no se le encuentra sentido.
A unos treinta metros por delante de mi, observo a una mujer caminado por la misma acera. Lleva un paso lento, como disfrutando lo que va haciendo. Va cubierta con un gorro y una bufanda, ambos rojos. Su abrigo café oscuro es largo, hasta la mitad de sus piernas. Jeans y botas. Pareciera como si hiciera lo mismo que yo, una caminata bajo la lluvia, sin rumbo fijo. O quizá eso quiero ver en ella. Avanzo más de prisa para verla más de cerca. Conforme me le acerco puedo ver más detalles de ella. Su cabello quebrado está pintado a con rayos rubios. Sus caderas son amplias y su torso delgado. A unos cuantos metros de ella veo como enciende un cigarrillo.
Extraño en mi, pero decido hablarle.
— Buenas tardes.
— Buenas tardes —responde sin dejar de caminar.
— ¿Que frío hace verdad? Y el agua no se quita.
— Sí, ¿no le parece a usted algo maravilloso?
— De hecho sí. Estoy de acuerdo con usted —sinceramente me sorprende su respuesta.
— Al verle, me doy cuenta que ya tiene usted un buen rato caminando…
— Sí, un poco —contesto y limpio mis gafas de las gotas de lluvia—. Disculpe mi intromisión, pero no es algo común encontrase a alguien que le guste caminar bajo la lluvia. ¿Se dirige hacia algún lado o sólo camina por placer?
— No veo porque le tenga que contestar —surge un silencio y se seguimos caminando. Unos segundos después sonríe—. Lo que pasa es que no me gusta dar explicaciones. Pero como usted se ve que es buena persona, le contestaré. No, sólo salí a caminar para disfrutar el clima. La lluvia no me gusta mucho, pero el frío sí… Bueno si a esto se le puede llamar frío. La mayoría prefiere prudentemente quedarse en casa, disfrutando de una bebida caliente y ver una buena película.
— No quise importunarla. Simplemente me pareció un poco extraño verla caminar. Su forma de hacerlo no reflejaba que se dirigiera a un lado en particular. Sino más bien un simple deleite.
Llegamos a la esquina de la avenida Chapultepec y pienso en invitarle una bebida. Pero ella se adelanta.
— Que siga usted disfrutando su caminata.
— Sí, sí, igualmente —no se pudo presentar la oportunidad. Ella continua derecho rumbo al oriente y yo tomo Chapultepec, hacia el sur.
La lluvia continúa cayendo. Ahora es un poco más tupida. Incluso las gotas se sienten como pequeñas cuchillas en la cara. Los lentes me quedan llenos gotas. Ha sido extraña esta caminata. Y ahora sí estoy decidido a sentarme en un café. Cruzo la Avenida con su grande camellón y llego a la “Estación de Lulio”. Ahí se puede fumar y el café no es malo.
Me siento en uno de sus equipales. El mesero llega rápido con la carta. El local está prácticamente vacío. Frotándose las manos el mesero me pide la orden.
— Sólo un americano, por favor.
— ¿Le dejo la carta? —me pregunta y resopla en sus manos para calentarlas un poco.
— Sí, está bien. Déjela.
Enciendo un cigarro y veo entrar la cara redonda y los ojos pequeños de la mujer del gorro y bufanda rojos. Con gran determinación se acerca a mi mesa.
— Que malo, venías a un café y no tuviste la amabilidad de invitarme. Con el frío que está haciendo. Por cierto me llamo Lucy y como no es común encontrase a un loco que camine bajo la lluvia sólo porque sí, quiero conocerte.

domingo, 24 de marzo de 2013

Un "recuerdo"


“Bastó el contacto de la yema de mis dedos a su cuello para hacer explotar el deseo sexual con tal intensidad que se materializó en una especie de aire espeso cargado de una densa energía que se formó de entre los dos. Aspiré esa “nube” que dejó ser aire en cuanto se introdujo a mis narices. En mi pecho se convirtió en remolino que giró y terminó concentrándose en el plexo solar como una punzada sin dolor, desde donde se extendió como con tentáculos que se prolongaron hasta las gónadas…”

              Escribir “deseo sexual” en vez de “amor” no fue un desliz inconsciente, ni una elección al azar, sino un acto meditado. Detestaba las cursilerías facilonas. “Se ha repetido tanto la palabra ‘amor’ sin ton ni son, que casi ha quedado vacía de significado y sentido. En cambio, ‘deseo sexual’ es un concepto más claro, directo, contundente” —pensó mientras releía las palabras escritas sobre la pantalla.

              Se preguntó si Ángela había sentido esa materialización del deseo de la misma manera que él. No sería posible verificarlo. La única evidencia de que ella sintió ese mismo deseo fue que al día siguiente terminaron, por primera vez, envueltos entre las sábanas.

              Escribir su vivencia era un deseo por dejar plasmado un recuerdo. Así se lo planteó, por eso borró, cambió, corrigió y volvió a intentar describir su memoria una y otra vez hasta quedar mediantemente conforme con el resultado. A pesar de eso, las palabras seguían sin ser precisas. Eran muy abstractas… No era eso lo que había sentido, aunque algo se le parecía. Sabía que era una batalla perdida. Era imposible ser completamente preciso.

              Sentía tristeza al saber que aquel momento que vivió junto a Ángela ya no existía. Era pasado. Intentaba buscar alguna manera de reproducir en su cuerpo aquella sensación. Sin embargo, entre más lo intentaba, más se daba cuenta de la infinidad de detalles que no recordaba. “¿En qué fecha exacta ocurrió? Sí, era en junio. ¿O quizá era julio? Debió de ser entre fines de junio y principios de julio de 1998. Pero la fecha exacta no la recuerdo. No le di importancia ¿Cómo no pude darle importancia a ese momento tan trascendental?” Era un calvario. Más y más detalles quería recordar y no obtenía sino más incógnitas. “¿Cómo iba vestida Ángela? ¿Qué zapatos traía? ¿Qué ropa usaba yo? ¿Cuáles eran las plantas que había en las macetas que había en las escalaras donde nos sentamos? ¿Qué hora era exactamente? Sí, sí, era el atardecer,  quizá alrededor de 7:30, pero no estoy seguro”.

              Su intento de recordar todo detalle no era sino un reflejo de su imperiosa necesidad de ocupar el cuerpo de Ángela. Introducirse a ella, estar dentro de ella. Recordaba el sentimiento en su memoria, pero ya no lo sentía, era pasado. Era el recuerdo de una sensación, ya no era una sensación. Lo más que alcanzaría sería una victoria que no dejaba de ser pírrica.

              — No es verdad que recordar es volver a vivir— pensó y no dejaba de sentir frustración porque la memoria no es sino una selección de recuerdos que posiblemente no se corresponden con lo vivido. Sin embargo, ahí estuvo Ángela y él compartiendo un instante que para él fue inolvidable, aunque no plenamente recordable… Ya no quiso pensar. Sabía que de continuar haciéndolo podría llegar a la conclusión de que ese momento no había existido y que había sido sólo una invención de su memoria que combinó elementos de aquí y de allá, para hacer memorable el acto. Oprimió publicar y dejó que su recuerdo, real o imaginario pudiera ser compartido por quien lo quisiera leer.

domingo, 6 de enero de 2013

De las redes sociales


Las redes sociales son algo extremadamente complejo. Algo vertiginoso, caótico, que se mueve a la velocidad de la luz. Su presencia en nuestra sociedad viene transformando no sólo nuestra manera de comunicarnos, sino incluso nuestro estar en el mundo.
 
                Como cualquier medio de comunicación, es precisamente eso, un medio. Los fines y los sentidos están en los mensajes, el fin es el mensaje, que a su vez se convierte en otro medio y así sucesivamente.

El mensaje es interpretado de manera activa por el receptor. Pero el receptor del mensaje es un agente activo en varios sentidos. No es un ente pasivo, sino un ente receptor cargado de significados y contextos que le hacen interpretar los mensajes de determinada manera (eso ya se sabe desde hace tiempo). Somos entes receptores activos que buscan los mensajes que quieren recibir.

En las redes sociales el receptor puede ser alguien a quien se le dirige un mensaje en especial, pero también puede ser alguien que quiere recibir el mensaje y que como tal lo busca. Se Reciben los mensajes y lo que se hace con ellos (ignorarlos, criticarlos, vanagloriarlos, rechazarlos, acogerlos, comentarlos… las posibilidades son muchas) es algo que depende del receptor.

Pero el receptor es a su vez emisor de mensajes. Todos y cada uno de nosotros somos receptores y emisores activos de mensajes codificados. Vamos empleando diferentes maneras de expresión que elijamos: video, texto, audio, imagen o combinación de varios. Constantemente estamos repitiendo lo que somos, lo que vemos, lo que sentimos, lo que nos importa, lo que nos llama la atención. Pero en síntesis estamos diciendo una sola cosa “esto soy yo”. Lo decimos de manera pública, por eso incesante necesidades de decir “aquí estoy, este soy yo”. De la misma manera que lo hizo el hombre de las cavernas (presapiens sapiens, como el neanderthal o cromagnon) cuando pintaban su mano sobre el muro rupestre de una cueva o sobre una piedra. Como seres humanos tenemos esa necesidad de dejar una muestra objetiva, una evidencia tangencial de nuestra presencia en el mundo. Dejando manos pintadas, escribiendo mensajes, criticando, loando, compartiendo… Pero dejamos esos mensajes que evidencian nuestro estar en el mundo con la intención de que alguien los vea. Queremos que los demás sepan que aquí estamos.

Así nos compartimos, así les decimos a los demás que aquí estamos, y los demás responden “te veo” y yo también estoy aquí. La manera como expresamos esos mensajes son múltiples y en ellos expresamos precisamente lo que está dentro de nosotros. “Mira tengo una hija”. “Miren tengo una novia”. “Miren mi novia se enceló porque le platicaron chismes”. “Miren hay alguien que me está molestando y lo quiero golpear (pero no digo su nombre). “Miren hay una chica que me gusta y no se lo he dicho”. “Miren la chica que me gusta no me hace caso”. “Miren cómo quiero a mis amigos”. “Miren a donde fui el fin de semana”. “Miren ahora no dormí nada (por primera vez en mi vida”. “Miren hoy bebí cerveza”. “Miren lo que me compré”. “Miren lo que deseo”. “Miren lo que añoro”. “Miren la película que vi”. “Miren el libro que leí”. “Miren como me aburro en las clases”. “Miren como odio mi trabajo”. “Miren lo que está pasando en este lugar”. “Miren como mienten los políticos”. “Reunámonos para hacer una manifestación… una fiesta… una salida al cine… para jugar en el parque… para amarnos… para golpearnos…” “Miren la música que me gusta”. “Miren como pertenezco a este grupo, pues soy darketo, punketo, directioner, believer, emo, rockero, metalero…”

Las redes sociales se convierten en un espacio diferente al espacio tridimensional que vivimos. Las redes sociales son un tiempo y un espacio diferente. Son un tiempo y un espacio que poseen su propia lógica, sus propios sentidos y significados. Se convierten en extensiones del patio de la escuela. Una prolongación del salón de clases. De la oficina, del café… Sus reglas del tiempo carece de límites para ligar, para ponerse de acuerdo, para discutir, para pelear y todo eso que hace que seamos humanos.

Las redes sociales implican compartir presencia, compartir sentimientos, pensamientos, reflexiones, libros, música, imágenes. Estos somos nosotros, con nuestro estar en el mundo, compartiendo nuestra presencia, nuestro ser. Las posibilidades que poseen son infinitas. En términos políticos, laborales, sentimentales, musicales, literarios, cinematográficos. No hay nadie que esté solo. Pues siempre habrá alguien que vea cómo quedó esa mano plasmada y sepa de estuvimos ahí. Así sea solo uno el receptor que a su vez también dejará su registro de su presencia pintando su mano en el muro virtual de las redes sociales.

 

viernes, 4 de enero de 2013

El cartero de Charles Bukowski



Con Charles Bukowski la narrativa es directa, clara, usualmente contundente. Hay a quienes les agrada su trabajo y a otros no. Sin embargo, su estilo sencillo, claro, desenfadado y muy poco pretensioso es peculiar. El calificativo de nihilista que algunos le han atribuido a su creación literaria no lo comparto. También la interpretación de que es el ejemplo de la decadencia de la cultura norteamericana me resulta poco acertado. Al menos en sus dos obras biográficas esos rasgos no están presentes. Veo más bien en Bukowski a un oportunista. Un hombre que se complica lo menos posible la vida que ya es de por sí un galimatías. Su llegada a la literatura se da en ese sentido. De trabajar en una oficina postal de Los Ángeles —con jornadas muy largas, realizando por más de ocho horas el trabajo de acomodar cartas y revistas en casillas para posteriormente repartirlas— a recibir cien dólares al mes y morirse de hambre trabajando como escritor, dice él, “preferí morirme de hambre como escritor”. Pero esto fue una decisión que se le presentó, no una opción que él buscó afanosamente. No terminó sus estudios literarios y se dedicó a trabajar, como cualquier white trash, en lo que hubiera oportunidad. Viajó por muchas partes de Estados Unidos realizando trabajos fáciles con sueldos raquíticos. Se estableció en Los Ángeles y comenzó a trabajar en la oficina postal porque lo consideró un empleo cómodo y fácil. En ese mismo sentido oportunista, acudía a apostar en las carreras de caballos. Algunas veces logró ganar algo de dinero que lo gastaba en la mejor manera que él podía: alcohol y mujeres.

La fuente de inspiración tanto en La senda del perdedor, como en Cartero, es su propia vida, donde el protagonista es él mismo. En ambas usa el pseudónimo de Henry Chinaski, la primera habla de su infancia y juventud temprana y en la segunda de su edad madura. El nivel de reflexión que realizó para su infancia es muy superior a la selección de recuerdos en los que basa el Cartero. Si en la edad adulta sus únicos intereses era beber y tener sexo, en su infancia está perdido, excluido socialmente, amenazado por las continuas golpizas que le propina su padre y frustrado por las espinillas que le deforman la cara. A pesar de eso, sus intereses ya estaban claros: sexo y alcohol.

Chinaski como cartero piensa que el trabajo será de lo más cómodo, pero pronto se da cuenta de que no es así. Duros horarios que cumplir, rutas larguísimas y vecinos latosos. Son frecuentes las referencias al dolor físico, a la pesadumbre que implica la vida cotidiana, la privación del sueño, la cruda, los mareos… ¿la salida? No existe una real, sólo el alcohol que mitiga momentáneamente los pesares.

Las mujeres con Chinaski no son objetos sexuales, pero se relaciona con ellas en un sentido profundamente práctico: bebe con ellas, come con ellas, se divierte con ellas y tiene sexo. Las complicaciones en las relaciones son algo que ya está ahí, pero no les otorga gran importancia. Que si una lo quiere dejar, no importa, que se vaya. Que si una lo riñe constantemente, no importa tampoco. Que si otra tiene un deseo sexual desenfrenado, hace lo mejor posible para satisfacerla, aunque siente que toda su vitalidad es succionada. Betty, una de sus amantes, tuvo una congestión alcohólica y complicaciones en su salud que la llevó a su muerte. Chinaski, después del funeral, acude al hipódromo a apostar, pues sabe que después de asistir a un entierro tiene la mente más clara para apostar y obtiene buenas ganancias. Que si no pudo lograr una erección debido al exceso de alcohol ingerido, ya habrá otra ocasión en la que serán mejores las cosas. Una de sus amantes queda embarazada y tiene una hija, pero poco después decide dejarlo. Él le acompaña a encontrar una casa y ayuda a hacer la mudanza. Que si se casó con una mujer texana dueña de terrenos y millones de dólares, a él no le interesa el dinero y cuando le pide el divorcio, no hay drama, simplemente aconseja que el nuevo amante que ella encontró no tiene buena pinta y no será divertido.

En su trabajo, que no fue para nada fácil ni cómodo, tiene que sufrir con la excesiva vigilancia, con horarios de trabajo que no se reducían a ocho horas, sino que estaban llenos de horas extras; algunos de sus jefes inmediatos eran crueles y latosos. Deja la impresión que se siente especialmente amenazado. Pero con su fuerte carácter los pone a raya. Todo un apartado lo dedica a las amonestaciones que recibió por faltas injustificadas, por no cumplir sus horarios de trabajo completos…

Dolor físico, pesadumbre, aburrimiento se contrastan con el alcohol y las mujeres. Si algo intenta Bukowski es ser honesto. Habla directamente con su verdad: a pesar de que no quiere trabajar, acude a su trabajo, llega tarde, en algunas ocasiones se va temprano, intenta romper las duras reglas y el código de honor que tiene la oficina de correos, pero dura ahí más de diez años laborando. Quiere tener sexo y lo tiene con toda mujer que así se lo permita e incluso hubo una que pidió a gritos ser violada y le dio gusto. No importa si es blanca, negra, mulata, cristiana, judía, hippie, musulmana, basta que haya acuerdo para tener sexo.

jueves, 3 de enero de 2013

Reflexión de "Historia de mi vida" de Anton Chejov


Hay un cierto tipo de personas que decide plantearse problemas que será incapaz de resolver. Y no tiene ningún problema de vivir así su vida. Así pienso en Chéjov cuando escribió su “Historia de mi vida”. Su personaje Misael Polosnev decide cambiar el mundo en uno más justo. Pero no lo hace soltando proclamas ni dando consejos para que los demás cambien. No, quiere cambiar el mundo desde su propia acción. Rechaza a su vida cómoda, frívola y superficial de aristócrata para irse a trabajar en labores físicas. Pintando casas, poniendo ventanas, arreglando bóvedas, sembrando, cuidando animales. Para él eso no tiene nada de indigno, es injusto vivir las comodidades que le ofrece su familia. No le importa ser rechazado por su padre ni por sus “amigos”. Tampoco le importa ser rechazado por los obreros que desconfían de él por ser de familia rica. Decide cambiar el mundo con su acción. No es ingenuo y sabe que su acción no cambiará nada, pues es sólo una gota en el océano y a pesar de eso, se mantiene en su vida de obrero ganándose el pan que se lleva a la boca. No le importa que su esposa Maria Victorovna lo haya dejado, sabía que él era para ella más que un capricho por querer cambiar el mundo de los mujiks (campesinos). Un intento que sólo duró seis meses y ante la ausencia de resultados, decide irse y seguir viviendo la frivolidad y la comodidad que representaba su vida antigua.
           Después de haber leído esta novela pienso en lo absurdo que son los mensajes de la televisión que intentan cambiar al mundo a bola de discursos. Lean 20 minutos al día; si toma, no maneje; aproveche parte de su aguinaldo para pagar deudas y así pueda ahorrar; comas frutas y verduras… Que absurdo son esos mensajes. Misael Polosnev se fue a pasar hambres, frío y demás incomodidades porque no compartía la manera en que estaba estructurado el mundo y supo que su actuar no cambiaría nada, sólo su propia vida.

Misael Polosnev, el protagonista de la novela, decide dejar su vida aristocrática para ganarse el pan que se come con el esfuerzo físico de sus manos. Su padre lo rechaza y deshereda. La aristocracia también lo rechaza, pero ocurre lo mismo dentro del grupo de los obreros. Sienten desconfianza de un noble que deja su vida cómoda para ponerse a trabajar como pintor o albañil.
Chejov en sus reflexiones considera que vive en una sociedad injusta, en la que unos pocos gozan del capital y de la instrucción y eso les hace tener una vida cómoda, pero profundamente aburrida. La mayor parte de las veces, el capital es habido por métodos no muy claros y deshonestos. Viven en trabajos de oficina del Estado sin crear, inmersos en una profunda frivolidad. Comiendo manjares y bebiendo vinos lujosos. Para esa aristocracia, existe un orden natural de las cosas. Los privilegiados viven en esa comodidad debido a que su inteligencia es superior. Mientras que los mujiks (campesinos) están inmersos en la estupidez y suciedad. Su única aspiración es beber vodka.
Chejov, a través de Misael, considera que si bien es cierta la estupidez y la suciedad de los mujiks, también es verdad que son ellos quienes tienen la aspiración de construir un mundo más justo. Un mundo en el que las desigualdades no sean tan marcadas. Misael es congruente todo el tiempo. Vive como obrero, se viste como obrero, trabaja como obrero, come como obrero. Un obrero que cree que no existe nada de indigno en que se trabaje físicamente para ganarse la comida.
María Victorovna, una joven aristócrata caprichosa y excéntrica con aspiraciones de justicia social, se divierte con su amigo obrero. Para ella es una especie de amigo exótico quien le permite rozarse con el populacho. El aburrimiento y la frivolidad de Victorovna la llevan a proponer a su amigo que se vayan a un pueblo rural de Dubechnia, donde su padre posee tierras. Se casan y se van para dedicarse a las labores agrícolas y ganaderas y ayudar a los mujiks. Construyen dificultosamente una escuela, todo para descubrir que están siendo robados a cada instante y que los campesinos no son sino unos brutos, incultos, y sucios que no les preocupa ninguna otra más que beber vodka. Victorovna se desanima y reflexiona que no han logrado ayudar en nada a cambiar las cosas. Que sus esfuerzos, después de seis meses de arduo trabajo, no ha representado sino una gota en el océano. Regresa a la ciudad. Cuando Misael se ve solo, sin su esposa, se da cuenta que todos sus trabajos en el campo carecen de sentido para él y ni siquiera los disfruta. Cae en la cuenta que sólo lo hacía para darle gusto a su esposa.
Regresa a su lado, pero ella decide irse a Petersburgo. En poco tiempo se irá a Estados Unidos y le pedirá el divorcio. En la ciudad Misael nuevamente conseguirá trabajo pintando casas, poniendo ventanas, como lo hacía, pero ahora vivirá con su hermana Cleopatra, quien decidió dejar su vida vacua en la que sus preocupaciones eran que no se consumiera mucha azúcar, guardar coles y economizar los gastos de su casa. Al igual que su hermano, Cleopatra decidió dejar a su aristócrata y déspota padre. Ahora viven los dos hermanos juntos, ella embarazada y enferma de gravedad. Tiene a su hija y poco después muere. Pero antes de morir, Misael se enfrenta por última vez a su padre para informarle que su hermana está gravemente enferma. El padre, aferrado a sus creencias, sigue en la misma resolución. Desconoce a sus hijos y repite una y otra  vez que se cosecha lo que se siembra.
La vida de Misael continuará junto a su sobrina y junto a una antigua aristócrata que lo amaba. Se encuentran en la tumba de Cleopatra y caminan juntos por la ciudad, hasta que llegan a la calle de la Nobleza, donde ella le suelta la mano y desconoce. Sin embargo, Misael ya será aceptado por los obreros como uno más. Se convierte en contratista y se mantiene firme en sus creencias de que es preciso trabajar para ganarse el pan que uno se come.