miércoles, 21 de noviembre de 2007

Agrura light

 

¿Quién es como esos desquiciados que sólo comen manzanas para evitar la oxidación que producen los radicales en las células del cuerpo? ¿Quién no anda por la vida contado las calorías que se lleva a la boca? ¿Quién no se mantiene a dieta para lograr el peso y la figura "ideal" y así agradar a los demás?

Disfruto los tacos de birria y los de barbacoa, los de tripa pero no de cualquier lado; por la noche el pozole y las enchiladas y los tacos de labio con cebollas de cambray fritas. Si se trata de bebidas, la coca por sobre la horchata, el limón o la jamaica, la pepsi, el seven, y el sidral. Si de lonches se habla la cubana y el de pierna; el clásico de jamón pero si es casero... El menudo, el sábado en la mañana, temprano; el domingo frijoles con molcajete y morusas de chicharrón. La italiana o la argentina cuando se trata de restaurante y nos ponemos catrines.

¿Que la palabra light no significa luz? ¿Verdad que no tiene nada que ver con sustitutos de azúcar y grasas, ni calorías? Sin duda fue una fabulosa idea convertir a la gordura en enfermedad, así tenemos la moda de ir contando cuantas personas mueren de diabetes-obesidad y más de algún laboratorio quisiera que hubiera más muertes de gordos diabéticos que de accidentes automovilísticos, como en realidad ocurre. Maldita la hora en que se le ocurrió al productor de 60 minutes de la NBC sacar un reportaje sobre el incremento de niños gordos diabéticos de una reservación de indios en EUA.

Para un laboratorio no hay mejor enfermedad que aquella que no tiene cura. Enfermedades como la artritis, el cáncer, el sida y el diabetes, entre otras, son grandes consumidoras de medicamentos; millones de pesos se gastan cada año en medicinas que sólo alivian medianamente los padecimientos del enfermo, pero nunca le van a producir la cura. A esto hay que añadir el creciente consumo de los productos del doctor Simil y de los medicamentos genéricos.´

Pinky y Cerebro en su último intento de conquista al mundo han logrado inventar una máquina con puede contener todo el aire que hay en el ambiente y para que los seres humanos puedan respirar, deben de pagarlo como un servicio más. Cerebro descubrió que el secreto estaba en la escasez. Si es escaso se puede vender, si es abundante escapa al terreno de la economía. Curioso que la disciplina que estudia la producción, distribución y consumo de los bienes esté centrada precisamente en el concepto de escasez.

¿Quién quiere vivir cien años y pasar la vida encontrando los puntos medios y sensatos a las cosas; siendo inteligente, prudente, cortés? ¿Quién no va por la vida buscando espejos llenos con reflejos de vanas sonrisas aprobatorias?

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Fórmulas protocolarias

Sí, algún día iban a coincidir. Los dos pensaron en eso cuando surgió la necesaria separación. Ella lo vio y no encontraba un lugar donde poner la vista. Trató de mantener la calma pero el índice no dejaba de girar nervioso por el borde de la copa. Un pequeño sorbo del vino blanco reseco no alivió la creciente ansiedad. Cada vez se acercaba más. ¿Le hablaría? ¿Se acercaría a cumplir con los ritos protocolarios a los que se comprometió? ¿Estaría igual de nervioso que ella? ¿Le voltearía la cara con el desprecio que en diferentes ocasiones mostró impúdicamente? ¿Actuaría como si no la viera? Él conocía más personas que ella. En parte era por él que ella estaba ahí. Él la invitó a participar en estos avatares. Se dio cuenta de que Otto también lo había visto porque sintió como le presionaba con más fuerza la mano y él empezó a querer reír de las trivialidades que con afán cómico les contaba Omar. Rápido sacó un cigarrillo. Una bocanada larga y profunda no aplacó el temblor creciente del estómago.
La calvicie había avanzado desde la última vez. Ahora vestía traje oscuro; sencillo, nada muy formal ni llamativo. No le hacía falta la corbata, lo hacía incluso más afable. Se acercaba a los grupos de las personas más cercanas a la puerta y saludaba con abrazos y besos. No tardaría mucho tiempo en verla. Justo cuando se le abalanzó Cynthia y lo abrazó, Ángela sintió que la veía. Estaba ahora sólo a unos pasos. Cynthia lo llevó a la mesa y le extendió una copa y le metió en la boca un canape. Ella siempre lo divertía. Era una niña. No tendría ni veinte años y era muy fea, pero sabía hacerlo reír. La muchacha de pronto corrió a la puerta para saludar a Lalo que recién llegaba.
Con sus ojos oscuros bien puestos sobre los de ella avanzó sin vacilar. Su rostro inexpresivo la halaba. No sabía qué ocurría dentro de él. Omar seguía con su charla enana y no había visto a Andrés. Otto fingía escuchar la plática y no percibir la presencia del recién llegado. Ángela inmóvil decidió bajar la mirada para no sentirse tan vulnerable. Andrés tocó el hombro de Omar para interrumpirlo, el parlanchín se viró “Quihubo Andrés qué gusto verte” y le extendió los brazos. “¿Cómo estás Omar? Te ves muy bien”. “Pos aquí andamos echándonos unos alcoholes catrines con los amigos”. “Ah eso está muy bien… ¿Qué tal Otto, tanto tiempo?” “Andrés”. No hubo abrazo, Otto no dio oportunidad de que ocurriera cuando extendió su mano rígida para el apretón de manos. “Hola Ángela”. No abrió los brazos. “Hola Andrés. ¿Cómo has estado? Se te ve muy bien”. “Muy bien gracias. Lo mismo digo para ti… Bueno, me dio gusto encontrarlos por aquí. Voy a saludar a los que me faltan”. Sólo ella contestó “Muy bien Andrés”.
Sólo fue eso. Un saludo aséptico, indiferente. Ángela no podía llamarlo grosero. Cumplió con su palabra. Pero justo en ese momento se percató de que tal pulcritud en el trato le era insuficiente. ¿Prefería ese vacío antiséptico que se colaba con el humo nervioso del cigarro o la ambigua sensación de haber tenido la oportunidad de estrechar su mano y oler su humor tan peculiar? La voz de Otto ofreciéndole más canapés era distante, opaca. Negó con un breve ademán. Rechazó la insistencia para que sus ojos dejaran de estar fijos en la nada. Ángela necesitaba permanecer unos momentos más en su ensimismamiento y conservar la ingravidez de su estómago.
El vino reseco le raspó la garganta. El amargo paté de hígado de ganso le repugnaba. Nada podía suplantar el sinsabor de la impotencia que le produjo ver nuevamente a Ángela. No esperó encontrarla ahí. Aunque en el fondo, y sin aceptarlo, deseaba que ahí estuviera. Los talleres en el trabajo, las conferencias, los simposios y seminarios en los que había tratado con gente totalmente desconocida le hicieron un maestro en el manejo de los protocolos de convivencia. Correspondió a lo que Ángela le pidió la última vez que habló con ella. “No te preocupes, si alguna vez te llego a ver, ten la seguridad de que pasaré a saludarte, incluso te preguntaré con legítimo interés cómo estás; pero no me pidas que me quede platicando ahí contigo. Eso sería faltarme al respeto a mi mismo y a ti. Porque sabes que yo no puedo estar tranquilamente contigo. En instantes mis entrañas empiezan a arder; tu me pides que me deshaga de eso, a pesar de que a ti también las llamas te consumen sólo con olerme...”

Ya acercándose a los cuarenta, cosas más concretas y prácticas empiezan a ser importantes. Los idealismos de la juventud que cree en el amor que todo lo da y todo lo perdona, empiezan a desvanecerse por horribles comparaciones. ¿Casa o departamento? ¿Camioneta o sedán? No es que el amor haya desaparecido, pero se convierte sólo en una variable más a considerar, entre muchas otras y en bastantes ocasiones no es determinante para tomar una decisión. A pesar de eso en las noches de soledad, cuando el tiempo se queda detenido y los ruidos del mundo se enmudecen, los coros a Pablo Milanés siguen ahogando los ojos en lágrimas,
Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.
Porque años atrás
tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento
formaban parte de una verdad


Desciende la lágrima pesada por la mejilla hasta acurrucarse en la comisura de los labios. Amargas, saladas, dulces, agrias, serían sabores que ella preferiría; pero no, las de sus ojos son simplemente agua: insípida, incolora, inodora, pura, limpia. Son lágrimas antisépticas como el ambiente en su habitación y el rincón oscuro de la cama desde donde vive su insoportable tranquilidad. Imperturbable en su habitación no quita los ojos de la llama clara de la vela que se consume inmóvil, en una desquiciante calma. Parece que el viento no rodea al candil, como si no lo tocara, como si sus ráfagas fueran incapaces de quebrantar su quietud. No hay siquiera imperfectas gotas de cera consumida chorreando los bordes. Es la perfección misma de la vida calma que va llenando los años sin accidentes.
Quiere darle una interpretación esotérica a la llama inmóvil y la intenta ver como un reflejo de su espíritu, pero no le convence. El grito reprimido le ahoga la visión ingenua y se clava en el estómago hirviendo en un flujo acidísimo que sube para arderle el esófago.
Con su ardor fija su atención en la muñequita bien peinadita, con sus mejillitas rosadas y sus ojitos azules. Es hermosa, perfecta. Es una caricia a los ojos. Nadie la ha tocado, ni nadie la tocará, su pulcritud no invita a hacerlo. Ni siquiera ella la toma entre sus manos. No tiene mancha, ni el polvo osa posarse sobre su superficie pulcrísima. Intenta soltar ese grito reprimido y vomitar el ácido que la carcome en calma. Golpear la cama de seda blanquísima y dejar que el llanto fluya.

Con lágrimas en los ojos le imploró que reconsiderara.

Te estás haciendo daño. No lo amas. Te invito a que volemos juntos después de hacer el amor, como nos levantamos aquella noche de sábado que llegaste de imprevisto y nos fundimos sobre el escritorio viejo y pesado. Cómplice silencioso que contuvo estoicamente las llamas, los olores y sudores…

Preferí la seguridad ¿qué tiene de malo eso? Puedo estar con él dándole una buena cara y sábanas limpias que no vuelan, pero sábanas a fin y al cabo. Camas sin pasión pero que aplacan la ansiedad. Además la exigencia no es frecuente. Su aroma a caucho rancio desfallece pronto sin pedir mucho. Una noche a la semana llegan las rosas amarillas que no son nada. Y eso si no hay cansancio o dolor de cabeza. Es el precio que tengo que pagar por esta vida tranquila, esclerotizada que corre en paz.

Verlo implicaba tocar las fibras ocultas y reconocer su elección de vida insípida y segura. ¿Qué habría ocurrido? ¿Hubieran mantenido todavía encendida la llama pasional que surgió desde la primera vez que se vieron? ¿La habría dejado nuevamente? ¿Habrían concebido al hijo que él le pidió? Irracionales pensamientos que tocaban el más hondo dolor al que no quería contactar. Otto la quiso besar, Ángela cerró sus labios y recordó la última vez que estuvo con Andrés: aquella madrugada de marzo cuando solo con besos pudieron sentirse mutuamente el alma.

Vio como se le acercó a Gloria, la besó tiernamente y abrazó a su hijo recién nacido.