lunes, 1 de marzo de 2010

Desatino controlado

Ese fue un concepto que lo leí en los libros de Carlos Casteneda, cuando platicaba sus aventuras con Juan Matus, un indio yaqui, quien le enseñó el nahualismo… Con ese concepto don Juan se refería a una acción en la cual sabía que no iba poder obtener resultados positivos. Sabía que era una empresa perdida de antemano, pero su afán (intento como lo diría él) era esforzarse en esa acción fracasada. Le llamaba desatino, porque es una locura intentar algo que de antemano se sabe que no se va a lograr; sin embargo, lo de controlado lo refiere en el sentido de que no es una locura sin sentido, al contrario, es una locura dirigida y manejada por el guerrero (de acuerdo a sus conceptos).

Muchas veces he visto al blog como una especie de desatino controlado. Escribir para que nadie lea y sobre temas que a nadie le importan más que a mi, es una especie de desatino (no sé si controlado o no).

A la inmensa mayoría les importa un soberano cacahuate los conceptos de justicia, de igualdad, de democracia, de participación política. Los intereses de las personas son muy diferentes y complejos. Se restringen al ámbito del micromundo que cada quien vive. Cuando se trata de discutir temas como la urgente necesidad de dejar de ser objetos de la democracia y convertirnos en sujetos de ella, las reflexiones más frecuentes es una pregunta ¿para qué sirve decir, si no se va a lograr nada por que uno diga? Es más que evidente que las autoridades no tienen el menor interés de escucharnos. En nuestra flamante república mexicana, las autoridades actúan, hablan, piensan, se visten, comen y ganan como las mejores de las monarquías absolutas del siglo XVI. Cierto, con algunas variantes: “las elegimos”, existe un congreso (que sería una equivalente extraño de las cortes monárquicas)… Del poder judicial mejor no hablo, porque en realidad es una fachada nada más…. Ah sí y tenemos una constitución y un conjunto de leyes…. Aunque es igual que no hubiera porque en términos generales no se aplican o se aplican de acuerdo a conveniencia de los poderes (fáticos y nominales).

En una entrevista que le hicieron a Mercedes Sosa, poco después de haber sido repatriada a Argentina después de un prolongado periodo que vivió en el exilio alojada en Europa, decía La Gorda que una de sus mayores frustraciones en su vida fue no haber logrado que los campesinos, los obreros, los pobres pues escucharan su música. Era a ellos a quienes les cantaba, pero ellos no les interesaba escuchar. La gente común y corriente prefería escuchar música sin mensajes políticos; sino la comercial, con historias de amor o desamor…

Es frecuente escuchar entre la inteleptualidad un amargo desencanto que califica de ignorantes, desinteresados, apáticos, dejados, desmemoriados, descerebrados, estúpidos… a la “masa” a esa “masa” a la que le cantó Silvio Rodríguez y la misma Gorda. La masa ignorante; esa, la explotada, la vituperada, la vejada, la violada… Muchas veces en las charlas de café que intentan componer, arreglar o transformar el mundo se llegan a planteamientos sorprendentes que ven la posibilidad de alcanzar las utopías. Pero usualmente terminan con un amargo desencanto al percatarse para para lograr la transformación del mundo se requiere de una participación ciudadana amplia que dé solidez y legitimidad a los reclamos y a las exigencias de transformación.

¿No estaría equivocado Marx al intentar la transformación mediante la concientización de los obreros de su situación de explotados y de la enajenación de su trabajo de la que eran objetos? ¿Sería posible que el enfoque de los revolucionarios sociales esté equivocado? Es decir, ¿cómo partir del principio de que es necesario un líder, un ilustrado, el que sabe pues, para abrirle los ojos a los explotados? ¿De verdad los obreros y campesinos no se dan cuenta de que están siendo objetos de explotación? ¿No sería el equivalente de “mira, abre los ojos de que te están dando en la madre”? Quizá el principio esté equivocado… Porque nuevamente se cae en el paradigma del modelo científico liberal: el ilustrado va con las masas ignorantes a abrirle los ojos y a dictarle el camino de lo que está bien. ¿A quién le gusta que venga alguien a decirle qué es lo que está bien y qué está mal, que le defina cuál es el camino a seguir para alcanzar ese ideal de lo que está bien, sobre todo cuando no lo está pidiendo? Es actuar exactamente como actuaron los reyes absolutistas, o como actúan los “ilustrados” que ocupan los puestos públicos de representación popular, quienes toman las decisiones y definen los rumbos y lo deseable para que la masa viva feliz.

Hay muchos ejemplos históricos de los resultados obtenidos por esa vía: la revolución rusa y el absolutismo y el terror de Stalin, la Revolución china y como consecuencia la revolución cultural; La revolución cubana y Fidel Castro, antes lo mismo: la Revolución francesa y Robespierre y posteriormente Napoleón. Un líder que dirige a la masa termina construyendo otro sistema igual de perverso al que quería destruir.

¿Por qué hay tantos problemas para comprender conceptos e ideas de un alto nivel de abstracción? Como esos de ser sujetos democráticos, en vez de objetos democráticos. Sin duda ese es un problema y se ve reflejando en un sinnúmero de ejemplos que no viene al caso citar aquí. Pero sí existe un problema para comprender los conceptos abstractos que proponen las teorías. Lanzaré la hipótesis que ese problema es originado por la manera de vivir los asuntos cotidianos. Las personas están atendiendo sus asuntos personales y familiares que no tienen nada de abstracto. Darle comida, techo y vestido a la familia. ¿Cómo se logra cumplir estos objetivos fundamentales? Pues de la menor manera posible. Por ejemplo, en México ante el problema de la escasez de empleos la respuesta no es realizar manifestaciones y movimientos sociales para exigirle a las autoridades que existan las condiciones básicas y fundamentales para el desarrollo del ser humano; no la respuesta es la economía informal; no hay trabajo, se busca con los medios que hay para obtener los mejores resultado.

Esta postura indudablemente es compleja. En México no somos sujetos democráticos; pero la postura tomada tampoco es la de ser objetos de la democracia. De ser objetos de la democracia, entonces nos quedaríamos de brazos cruzados esperando que las autoridades tengan a bien incrementar el nivel de empleo. Pero esto tampoco ocurre. Lo que ocurre es que actuamos fuera de los márgenes de las instituciones. Con la reacción social se crea un orden extrajurídico en el cual actuamos de manera ilegal, o más bien el campo de lo legal se vuelve ambiguo. No ser sujetos de la democracia no es igual a ser apáticos, indiferentes, ignorantes de los asuntos políticos. La postura es otra; el problema es otro.

Para intentar explicar esta situación podría recurrir a la historia y decir que no hemos salido del orden monárquico, a pesar de los supuestos doscientos años de nominal República y que damos por hecho que a las autoridades no les interesa escuchar y que es mejor no perder tiempo y esfuerzo en acciones que no rendirán frutos. Consecuencia incredulidad y deslegitimización hacia las instituciones, organizaciones y liderazgos (salvo el caciquil o el de caudillos, que tiene ondas raíces en el orden político previo a la modernidad). Es importante la reflexión histórica en la medida que contribuya a deshacernos de los viejos fantasmas que habitan en nuestro pensamiento…

Pero hay más aún y esto no es un mal exclusivo de México, sino una falla del pensamiento occidental originado con la modernidad: creemos que para transformar el orden, es preciso quitar a las cabezas (así ocurrió en los movimientos insurgentes de México y en la Revolución; pero también en la revolución francesa, en la rusa, en la china y cubana). En ocasiones se ha transformado el status quo, pero el sistema nuevamente vuelve a autogenerarse sin propiciar trasformaciones profundas en los aspectos sociales y se ha creado nuevamente gobiernos autárquicos, absolutistas… Es decir el sistema social tiene la apariencia de ser perpetuo, aunque no por eso incapaz de transformarse. Pero para lograr cambios y transformaciones profundas no es suficiente con cambiar la cúspide de la pirámide y que lo demás permanezca igual. Si lo analizamos bajo la teoría de juegos, eso no implicaría un cambio en las reglas del juego, sino la sustitución de un jugador por otro, pero no un cambio en el reglamento del juego, ni del juego en sí.

Continuando con la teoría de juegos… ¿Qué tal que empezamos con cambios muy breves, cambios que no impliquen un esfuerzo muy amplio ni desgastante? Por ejemplo, y esto ya fue reflexionado por Habermas en su teoría de la acción comunicativa, qué tal si comenzamos la transformación democrática en la relación entre padres e hijos; entre alumnos y maestros. Es decir, ¿qué pasaría si el maestro escucha a los alumnos con respecto a las temáticas que quieren ser abordadas, así como la forma en que se quieren abordar? ¿Qué pasaría si comenzamos a democratizar la colonia con acciones breves (aunque sumamente complejas, tan complejas que cuando lo reflexiono caigo en un desencanto profundo y no creo que esto llegue a ser posible) tales como rehabilitar las áreas verdes de la colonia, los espacios públicos, a reportar el alumbrado público que no funciona y exigir que sea compuesto? Son acciones breves que beneficiarían directamente a los habitantes de la colonia y que desde luego implicaría no sólo un cambio de actitud frente al espacio público, sino el desarrollo de mecanismos de organización colonial que implican poner a trabajar a las autoridades, primero a las municipales y conforme se avanza a las estatales e incluso nacionales. No es un intento de transformar el orden jurídico ni las instituciones, sino más bien esto sería equivalente a hacer que el orden jurídico y las instituciones cumplan la función para la que fueron hechas.

Históricamente así han ocurrido las cosas. Las acciones que influyen directamente a las personas es por lo que toman interés; aspectos concretos de la realidad pueden llegar a producir movilizaciones fuertes y cambios en el orden institucional e incluso en el status quo. Eso ha ocurrido muchas veces, para citar sólo unos ejemplos: la oposición ciudadana a la reemplacamiento de los automóviles, el rechazo absoluto de los vecinos de Las Águilas que echaron abajo el proyecto de introducir el gas natural por tuberías subterráneas, pero que estaba provocando un caos vial en aquel lugar; la oposición que se realiza a la construcción de la línea dos del macrobús… Ejemplos existen muchos y buscando serían mucho más. Estos problemas no son abstractos, son concretos (aunque se pueden pensar con una profundidad y una complejidad teórica muy superior a la de Hegel, Marx, Weber, Foucault, Habermas, Giddens, o el francés que se me olvida su nombre) ¿No será entonces que la manera en que se tiene de comprender la acción ciudadana está desenfocada por los marcos teóricos conceptuales con los que se ha analizado esta situación?