domingo, 6 de enero de 2013

De las redes sociales


Las redes sociales son algo extremadamente complejo. Algo vertiginoso, caótico, que se mueve a la velocidad de la luz. Su presencia en nuestra sociedad viene transformando no sólo nuestra manera de comunicarnos, sino incluso nuestro estar en el mundo.
 
                Como cualquier medio de comunicación, es precisamente eso, un medio. Los fines y los sentidos están en los mensajes, el fin es el mensaje, que a su vez se convierte en otro medio y así sucesivamente.

El mensaje es interpretado de manera activa por el receptor. Pero el receptor del mensaje es un agente activo en varios sentidos. No es un ente pasivo, sino un ente receptor cargado de significados y contextos que le hacen interpretar los mensajes de determinada manera (eso ya se sabe desde hace tiempo). Somos entes receptores activos que buscan los mensajes que quieren recibir.

En las redes sociales el receptor puede ser alguien a quien se le dirige un mensaje en especial, pero también puede ser alguien que quiere recibir el mensaje y que como tal lo busca. Se Reciben los mensajes y lo que se hace con ellos (ignorarlos, criticarlos, vanagloriarlos, rechazarlos, acogerlos, comentarlos… las posibilidades son muchas) es algo que depende del receptor.

Pero el receptor es a su vez emisor de mensajes. Todos y cada uno de nosotros somos receptores y emisores activos de mensajes codificados. Vamos empleando diferentes maneras de expresión que elijamos: video, texto, audio, imagen o combinación de varios. Constantemente estamos repitiendo lo que somos, lo que vemos, lo que sentimos, lo que nos importa, lo que nos llama la atención. Pero en síntesis estamos diciendo una sola cosa “esto soy yo”. Lo decimos de manera pública, por eso incesante necesidades de decir “aquí estoy, este soy yo”. De la misma manera que lo hizo el hombre de las cavernas (presapiens sapiens, como el neanderthal o cromagnon) cuando pintaban su mano sobre el muro rupestre de una cueva o sobre una piedra. Como seres humanos tenemos esa necesidad de dejar una muestra objetiva, una evidencia tangencial de nuestra presencia en el mundo. Dejando manos pintadas, escribiendo mensajes, criticando, loando, compartiendo… Pero dejamos esos mensajes que evidencian nuestro estar en el mundo con la intención de que alguien los vea. Queremos que los demás sepan que aquí estamos.

Así nos compartimos, así les decimos a los demás que aquí estamos, y los demás responden “te veo” y yo también estoy aquí. La manera como expresamos esos mensajes son múltiples y en ellos expresamos precisamente lo que está dentro de nosotros. “Mira tengo una hija”. “Miren tengo una novia”. “Miren mi novia se enceló porque le platicaron chismes”. “Miren hay alguien que me está molestando y lo quiero golpear (pero no digo su nombre). “Miren hay una chica que me gusta y no se lo he dicho”. “Miren la chica que me gusta no me hace caso”. “Miren cómo quiero a mis amigos”. “Miren a donde fui el fin de semana”. “Miren ahora no dormí nada (por primera vez en mi vida”. “Miren hoy bebí cerveza”. “Miren lo que me compré”. “Miren lo que deseo”. “Miren lo que añoro”. “Miren la película que vi”. “Miren el libro que leí”. “Miren como me aburro en las clases”. “Miren como odio mi trabajo”. “Miren lo que está pasando en este lugar”. “Miren como mienten los políticos”. “Reunámonos para hacer una manifestación… una fiesta… una salida al cine… para jugar en el parque… para amarnos… para golpearnos…” “Miren la música que me gusta”. “Miren como pertenezco a este grupo, pues soy darketo, punketo, directioner, believer, emo, rockero, metalero…”

Las redes sociales se convierten en un espacio diferente al espacio tridimensional que vivimos. Las redes sociales son un tiempo y un espacio diferente. Son un tiempo y un espacio que poseen su propia lógica, sus propios sentidos y significados. Se convierten en extensiones del patio de la escuela. Una prolongación del salón de clases. De la oficina, del café… Sus reglas del tiempo carece de límites para ligar, para ponerse de acuerdo, para discutir, para pelear y todo eso que hace que seamos humanos.

Las redes sociales implican compartir presencia, compartir sentimientos, pensamientos, reflexiones, libros, música, imágenes. Estos somos nosotros, con nuestro estar en el mundo, compartiendo nuestra presencia, nuestro ser. Las posibilidades que poseen son infinitas. En términos políticos, laborales, sentimentales, musicales, literarios, cinematográficos. No hay nadie que esté solo. Pues siempre habrá alguien que vea cómo quedó esa mano plasmada y sepa de estuvimos ahí. Así sea solo uno el receptor que a su vez también dejará su registro de su presencia pintando su mano en el muro virtual de las redes sociales.

 

viernes, 4 de enero de 2013

El cartero de Charles Bukowski



Con Charles Bukowski la narrativa es directa, clara, usualmente contundente. Hay a quienes les agrada su trabajo y a otros no. Sin embargo, su estilo sencillo, claro, desenfadado y muy poco pretensioso es peculiar. El calificativo de nihilista que algunos le han atribuido a su creación literaria no lo comparto. También la interpretación de que es el ejemplo de la decadencia de la cultura norteamericana me resulta poco acertado. Al menos en sus dos obras biográficas esos rasgos no están presentes. Veo más bien en Bukowski a un oportunista. Un hombre que se complica lo menos posible la vida que ya es de por sí un galimatías. Su llegada a la literatura se da en ese sentido. De trabajar en una oficina postal de Los Ángeles —con jornadas muy largas, realizando por más de ocho horas el trabajo de acomodar cartas y revistas en casillas para posteriormente repartirlas— a recibir cien dólares al mes y morirse de hambre trabajando como escritor, dice él, “preferí morirme de hambre como escritor”. Pero esto fue una decisión que se le presentó, no una opción que él buscó afanosamente. No terminó sus estudios literarios y se dedicó a trabajar, como cualquier white trash, en lo que hubiera oportunidad. Viajó por muchas partes de Estados Unidos realizando trabajos fáciles con sueldos raquíticos. Se estableció en Los Ángeles y comenzó a trabajar en la oficina postal porque lo consideró un empleo cómodo y fácil. En ese mismo sentido oportunista, acudía a apostar en las carreras de caballos. Algunas veces logró ganar algo de dinero que lo gastaba en la mejor manera que él podía: alcohol y mujeres.

La fuente de inspiración tanto en La senda del perdedor, como en Cartero, es su propia vida, donde el protagonista es él mismo. En ambas usa el pseudónimo de Henry Chinaski, la primera habla de su infancia y juventud temprana y en la segunda de su edad madura. El nivel de reflexión que realizó para su infancia es muy superior a la selección de recuerdos en los que basa el Cartero. Si en la edad adulta sus únicos intereses era beber y tener sexo, en su infancia está perdido, excluido socialmente, amenazado por las continuas golpizas que le propina su padre y frustrado por las espinillas que le deforman la cara. A pesar de eso, sus intereses ya estaban claros: sexo y alcohol.

Chinaski como cartero piensa que el trabajo será de lo más cómodo, pero pronto se da cuenta de que no es así. Duros horarios que cumplir, rutas larguísimas y vecinos latosos. Son frecuentes las referencias al dolor físico, a la pesadumbre que implica la vida cotidiana, la privación del sueño, la cruda, los mareos… ¿la salida? No existe una real, sólo el alcohol que mitiga momentáneamente los pesares.

Las mujeres con Chinaski no son objetos sexuales, pero se relaciona con ellas en un sentido profundamente práctico: bebe con ellas, come con ellas, se divierte con ellas y tiene sexo. Las complicaciones en las relaciones son algo que ya está ahí, pero no les otorga gran importancia. Que si una lo quiere dejar, no importa, que se vaya. Que si una lo riñe constantemente, no importa tampoco. Que si otra tiene un deseo sexual desenfrenado, hace lo mejor posible para satisfacerla, aunque siente que toda su vitalidad es succionada. Betty, una de sus amantes, tuvo una congestión alcohólica y complicaciones en su salud que la llevó a su muerte. Chinaski, después del funeral, acude al hipódromo a apostar, pues sabe que después de asistir a un entierro tiene la mente más clara para apostar y obtiene buenas ganancias. Que si no pudo lograr una erección debido al exceso de alcohol ingerido, ya habrá otra ocasión en la que serán mejores las cosas. Una de sus amantes queda embarazada y tiene una hija, pero poco después decide dejarlo. Él le acompaña a encontrar una casa y ayuda a hacer la mudanza. Que si se casó con una mujer texana dueña de terrenos y millones de dólares, a él no le interesa el dinero y cuando le pide el divorcio, no hay drama, simplemente aconseja que el nuevo amante que ella encontró no tiene buena pinta y no será divertido.

En su trabajo, que no fue para nada fácil ni cómodo, tiene que sufrir con la excesiva vigilancia, con horarios de trabajo que no se reducían a ocho horas, sino que estaban llenos de horas extras; algunos de sus jefes inmediatos eran crueles y latosos. Deja la impresión que se siente especialmente amenazado. Pero con su fuerte carácter los pone a raya. Todo un apartado lo dedica a las amonestaciones que recibió por faltas injustificadas, por no cumplir sus horarios de trabajo completos…

Dolor físico, pesadumbre, aburrimiento se contrastan con el alcohol y las mujeres. Si algo intenta Bukowski es ser honesto. Habla directamente con su verdad: a pesar de que no quiere trabajar, acude a su trabajo, llega tarde, en algunas ocasiones se va temprano, intenta romper las duras reglas y el código de honor que tiene la oficina de correos, pero dura ahí más de diez años laborando. Quiere tener sexo y lo tiene con toda mujer que así se lo permita e incluso hubo una que pidió a gritos ser violada y le dio gusto. No importa si es blanca, negra, mulata, cristiana, judía, hippie, musulmana, basta que haya acuerdo para tener sexo.

jueves, 3 de enero de 2013

Reflexión de "Historia de mi vida" de Anton Chejov


Hay un cierto tipo de personas que decide plantearse problemas que será incapaz de resolver. Y no tiene ningún problema de vivir así su vida. Así pienso en Chéjov cuando escribió su “Historia de mi vida”. Su personaje Misael Polosnev decide cambiar el mundo en uno más justo. Pero no lo hace soltando proclamas ni dando consejos para que los demás cambien. No, quiere cambiar el mundo desde su propia acción. Rechaza a su vida cómoda, frívola y superficial de aristócrata para irse a trabajar en labores físicas. Pintando casas, poniendo ventanas, arreglando bóvedas, sembrando, cuidando animales. Para él eso no tiene nada de indigno, es injusto vivir las comodidades que le ofrece su familia. No le importa ser rechazado por su padre ni por sus “amigos”. Tampoco le importa ser rechazado por los obreros que desconfían de él por ser de familia rica. Decide cambiar el mundo con su acción. No es ingenuo y sabe que su acción no cambiará nada, pues es sólo una gota en el océano y a pesar de eso, se mantiene en su vida de obrero ganándose el pan que se lleva a la boca. No le importa que su esposa Maria Victorovna lo haya dejado, sabía que él era para ella más que un capricho por querer cambiar el mundo de los mujiks (campesinos). Un intento que sólo duró seis meses y ante la ausencia de resultados, decide irse y seguir viviendo la frivolidad y la comodidad que representaba su vida antigua.
           Después de haber leído esta novela pienso en lo absurdo que son los mensajes de la televisión que intentan cambiar al mundo a bola de discursos. Lean 20 minutos al día; si toma, no maneje; aproveche parte de su aguinaldo para pagar deudas y así pueda ahorrar; comas frutas y verduras… Que absurdo son esos mensajes. Misael Polosnev se fue a pasar hambres, frío y demás incomodidades porque no compartía la manera en que estaba estructurado el mundo y supo que su actuar no cambiaría nada, sólo su propia vida.

Misael Polosnev, el protagonista de la novela, decide dejar su vida aristocrática para ganarse el pan que se come con el esfuerzo físico de sus manos. Su padre lo rechaza y deshereda. La aristocracia también lo rechaza, pero ocurre lo mismo dentro del grupo de los obreros. Sienten desconfianza de un noble que deja su vida cómoda para ponerse a trabajar como pintor o albañil.
Chejov en sus reflexiones considera que vive en una sociedad injusta, en la que unos pocos gozan del capital y de la instrucción y eso les hace tener una vida cómoda, pero profundamente aburrida. La mayor parte de las veces, el capital es habido por métodos no muy claros y deshonestos. Viven en trabajos de oficina del Estado sin crear, inmersos en una profunda frivolidad. Comiendo manjares y bebiendo vinos lujosos. Para esa aristocracia, existe un orden natural de las cosas. Los privilegiados viven en esa comodidad debido a que su inteligencia es superior. Mientras que los mujiks (campesinos) están inmersos en la estupidez y suciedad. Su única aspiración es beber vodka.
Chejov, a través de Misael, considera que si bien es cierta la estupidez y la suciedad de los mujiks, también es verdad que son ellos quienes tienen la aspiración de construir un mundo más justo. Un mundo en el que las desigualdades no sean tan marcadas. Misael es congruente todo el tiempo. Vive como obrero, se viste como obrero, trabaja como obrero, come como obrero. Un obrero que cree que no existe nada de indigno en que se trabaje físicamente para ganarse la comida.
María Victorovna, una joven aristócrata caprichosa y excéntrica con aspiraciones de justicia social, se divierte con su amigo obrero. Para ella es una especie de amigo exótico quien le permite rozarse con el populacho. El aburrimiento y la frivolidad de Victorovna la llevan a proponer a su amigo que se vayan a un pueblo rural de Dubechnia, donde su padre posee tierras. Se casan y se van para dedicarse a las labores agrícolas y ganaderas y ayudar a los mujiks. Construyen dificultosamente una escuela, todo para descubrir que están siendo robados a cada instante y que los campesinos no son sino unos brutos, incultos, y sucios que no les preocupa ninguna otra más que beber vodka. Victorovna se desanima y reflexiona que no han logrado ayudar en nada a cambiar las cosas. Que sus esfuerzos, después de seis meses de arduo trabajo, no ha representado sino una gota en el océano. Regresa a la ciudad. Cuando Misael se ve solo, sin su esposa, se da cuenta que todos sus trabajos en el campo carecen de sentido para él y ni siquiera los disfruta. Cae en la cuenta que sólo lo hacía para darle gusto a su esposa.
Regresa a su lado, pero ella decide irse a Petersburgo. En poco tiempo se irá a Estados Unidos y le pedirá el divorcio. En la ciudad Misael nuevamente conseguirá trabajo pintando casas, poniendo ventanas, como lo hacía, pero ahora vivirá con su hermana Cleopatra, quien decidió dejar su vida vacua en la que sus preocupaciones eran que no se consumiera mucha azúcar, guardar coles y economizar los gastos de su casa. Al igual que su hermano, Cleopatra decidió dejar a su aristócrata y déspota padre. Ahora viven los dos hermanos juntos, ella embarazada y enferma de gravedad. Tiene a su hija y poco después muere. Pero antes de morir, Misael se enfrenta por última vez a su padre para informarle que su hermana está gravemente enferma. El padre, aferrado a sus creencias, sigue en la misma resolución. Desconoce a sus hijos y repite una y otra  vez que se cosecha lo que se siembra.
La vida de Misael continuará junto a su sobrina y junto a una antigua aristócrata que lo amaba. Se encuentran en la tumba de Cleopatra y caminan juntos por la ciudad, hasta que llegan a la calle de la Nobleza, donde ella le suelta la mano y desconoce. Sin embargo, Misael ya será aceptado por los obreros como uno más. Se convierte en contratista y se mantiene firme en sus creencias de que es preciso trabajar para ganarse el pan que uno se come.