viernes, 4 de enero de 2013

El cartero de Charles Bukowski



Con Charles Bukowski la narrativa es directa, clara, usualmente contundente. Hay a quienes les agrada su trabajo y a otros no. Sin embargo, su estilo sencillo, claro, desenfadado y muy poco pretensioso es peculiar. El calificativo de nihilista que algunos le han atribuido a su creación literaria no lo comparto. También la interpretación de que es el ejemplo de la decadencia de la cultura norteamericana me resulta poco acertado. Al menos en sus dos obras biográficas esos rasgos no están presentes. Veo más bien en Bukowski a un oportunista. Un hombre que se complica lo menos posible la vida que ya es de por sí un galimatías. Su llegada a la literatura se da en ese sentido. De trabajar en una oficina postal de Los Ángeles —con jornadas muy largas, realizando por más de ocho horas el trabajo de acomodar cartas y revistas en casillas para posteriormente repartirlas— a recibir cien dólares al mes y morirse de hambre trabajando como escritor, dice él, “preferí morirme de hambre como escritor”. Pero esto fue una decisión que se le presentó, no una opción que él buscó afanosamente. No terminó sus estudios literarios y se dedicó a trabajar, como cualquier white trash, en lo que hubiera oportunidad. Viajó por muchas partes de Estados Unidos realizando trabajos fáciles con sueldos raquíticos. Se estableció en Los Ángeles y comenzó a trabajar en la oficina postal porque lo consideró un empleo cómodo y fácil. En ese mismo sentido oportunista, acudía a apostar en las carreras de caballos. Algunas veces logró ganar algo de dinero que lo gastaba en la mejor manera que él podía: alcohol y mujeres.

La fuente de inspiración tanto en La senda del perdedor, como en Cartero, es su propia vida, donde el protagonista es él mismo. En ambas usa el pseudónimo de Henry Chinaski, la primera habla de su infancia y juventud temprana y en la segunda de su edad madura. El nivel de reflexión que realizó para su infancia es muy superior a la selección de recuerdos en los que basa el Cartero. Si en la edad adulta sus únicos intereses era beber y tener sexo, en su infancia está perdido, excluido socialmente, amenazado por las continuas golpizas que le propina su padre y frustrado por las espinillas que le deforman la cara. A pesar de eso, sus intereses ya estaban claros: sexo y alcohol.

Chinaski como cartero piensa que el trabajo será de lo más cómodo, pero pronto se da cuenta de que no es así. Duros horarios que cumplir, rutas larguísimas y vecinos latosos. Son frecuentes las referencias al dolor físico, a la pesadumbre que implica la vida cotidiana, la privación del sueño, la cruda, los mareos… ¿la salida? No existe una real, sólo el alcohol que mitiga momentáneamente los pesares.

Las mujeres con Chinaski no son objetos sexuales, pero se relaciona con ellas en un sentido profundamente práctico: bebe con ellas, come con ellas, se divierte con ellas y tiene sexo. Las complicaciones en las relaciones son algo que ya está ahí, pero no les otorga gran importancia. Que si una lo quiere dejar, no importa, que se vaya. Que si una lo riñe constantemente, no importa tampoco. Que si otra tiene un deseo sexual desenfrenado, hace lo mejor posible para satisfacerla, aunque siente que toda su vitalidad es succionada. Betty, una de sus amantes, tuvo una congestión alcohólica y complicaciones en su salud que la llevó a su muerte. Chinaski, después del funeral, acude al hipódromo a apostar, pues sabe que después de asistir a un entierro tiene la mente más clara para apostar y obtiene buenas ganancias. Que si no pudo lograr una erección debido al exceso de alcohol ingerido, ya habrá otra ocasión en la que serán mejores las cosas. Una de sus amantes queda embarazada y tiene una hija, pero poco después decide dejarlo. Él le acompaña a encontrar una casa y ayuda a hacer la mudanza. Que si se casó con una mujer texana dueña de terrenos y millones de dólares, a él no le interesa el dinero y cuando le pide el divorcio, no hay drama, simplemente aconseja que el nuevo amante que ella encontró no tiene buena pinta y no será divertido.

En su trabajo, que no fue para nada fácil ni cómodo, tiene que sufrir con la excesiva vigilancia, con horarios de trabajo que no se reducían a ocho horas, sino que estaban llenos de horas extras; algunos de sus jefes inmediatos eran crueles y latosos. Deja la impresión que se siente especialmente amenazado. Pero con su fuerte carácter los pone a raya. Todo un apartado lo dedica a las amonestaciones que recibió por faltas injustificadas, por no cumplir sus horarios de trabajo completos…

Dolor físico, pesadumbre, aburrimiento se contrastan con el alcohol y las mujeres. Si algo intenta Bukowski es ser honesto. Habla directamente con su verdad: a pesar de que no quiere trabajar, acude a su trabajo, llega tarde, en algunas ocasiones se va temprano, intenta romper las duras reglas y el código de honor que tiene la oficina de correos, pero dura ahí más de diez años laborando. Quiere tener sexo y lo tiene con toda mujer que así se lo permita e incluso hubo una que pidió a gritos ser violada y le dio gusto. No importa si es blanca, negra, mulata, cristiana, judía, hippie, musulmana, basta que haya acuerdo para tener sexo.

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