viernes, 4 de febrero de 2011

El viento no dijo tu nombre

Casi podría asegurar que también lo estabas pensando. De no ser por que bien se podría confundir con un acto de severa paranoia, aseguraría que hasta podía oler tu aliento y escuchar tu sugerente susurro en mi oído izquierdo. Pero con el sólo hecho de pensarlo, vuelve la razón con su incredulidad que se clava en mi cuello bajando por la espalada con su aguijón filoso y frío…
Pero si suelto las amarras casi podría asegurar que estabas tendida en la cama revuelta. Recién despiertas de la siesta. Hurgas en tu bolsa la cajetilla y sacas un cigarro. Lo enciendes con una profunda bocanada. Fue un día pesado en tu trabajo. Tu hija se fue con su padre y el silencio de la tarde del viernes comienza a mover tu imaginación. No quisiste preparar nada. Estabas cansada y sin ganas de hacerlo. Fue suficiente una torta ahogada. El hambre no era mucha. Los hilos de cigarro excitan tu imaginación.
Por un instante lamentas lo complicado que resultaron las cosas. Pero sólo por un momento. Te resignas. Aunque este viernes sola sí resulta desagradable. Sin más comienzas a imaginar una tarde de viernes con café, cine y cena. Nada más eso. Al menos en este momento es todo lo que necesitas. Quizá la situación habría llevado a otra cosa. Pero no en este momento.
The black swan te llama la atención. Has leído cosas buenas de esa película. Miras el teléfono y sientes la cercanía. Ocho dígitos nada más. Sabes que es una cercanía que al mismo tiempo es tan lejana. Ves los dígitos pero no los tocarás. Aunque te seduce la posibilidad. Te traicionas. Piensas en la posibilidad de negativa. En que no estuviera; en que resultara con una frase cortante que aunque te dijera que sí, su tono llevaría implícito una fuerte carga de ironía que no deseabas. Pero sobre todo, rechazabas la vulnerabilidad que implicaba todo el hecho. Aunque al mismo tiempo era precisamente esa vulnerabilidad la que también resultaba atractiva.

La película no era muy buena. La luz de la tarde se colaba graciosa. Salí y vi como el viento de febrero mecía los árboles. Como un cambio abrupto de tema llegó el recuerdo cuando estaba atascado en el Periférico e iba a llegar tarde. Te llamé y tu voz somnolienta dijo que no había problema.
Aceptar tu invitación a salir por un café, cine y posiblemente cena. Entendía todo lo que implicaría tu llamada. No sé si habría aceptado. Sé que me resultaría incómoda la incertidumbre. Me urgirían las ganas de clarificar el sentido de tu invitación y muy probablemente te molestaría. Sobre todo por que tu necesidad se reducía a compañía. Una compañía solo de viernes por la tarde noche. Sin más… No era así porque tuvieras mucha actividad, sino que sólo necesitabas la compañía de un amigo y nada más.

Los problemas cotidianos, saberte sin el apoyo que necesitabas y sobre todo saberte sola en la tarde del viernes estaba resultando pesado. Encendiste otro cigarro y te paraste para abrir la ventana y dejar que escapara el humo. Viste la computadora apagada y recordaste cuando hablabas en la pantalla. Recordaste tu frase “¿Cómo se usa esta madre..?”¨Fue complicado y no te gustó el lugar a donde te orilló, por eso dijiste “no creo que eso ocurra”. Si bien no era una frase cerrada y contundente, quisiste decir “no creo”; aunque supiste que sí querías, pero que no lo harías.

Una escena de la película trajo nuevamente tu recuerdo. La francesa se quitó la bata después de haber fumado hashís y fue desatando seductoramente los velos que rodeaban la cama… Salí de nuevo y el viento seguía sin decir tu nombre.