lunes, 15 de agosto de 2005

La rebelión de los gordos V

Para Geo con todo mi respeto y cariño

Alejandro después de haber cenado tu rebanada de pan tostado con queso cotage y un jugo de manzana y un café de pie en la cocina sales a la sala y miras el reloj, son las 12: 35 de la madrugada. Esperando que la industria de la delgadez haya sacado al mercado un nuevo producto para perder peso, tomas asiento en tu sillón y enciendes la televisión. En el canal 4 de Televisa Guadalajara transmiten un programa pagado por la Iglesia universal del reino de Dios, un hombre moreno con acento brasileño dice “mientras usted no pare de sufrir los pastores no pararán de hablar...” Luego una inmensa mujer, llamada Josefina Hernández, de cara redonda y unos ojitos verdes que a penas se veían entre las grandísimas mejillas llenas de paño de la mujer quien dice con un tono sumamente triste: “Yo ya no quería vivir...” Te asombras Alejandro ante las dimensiones del personaje; sus brazos parecían jamones embutidos, los codos eran apenas un par de puntos oscuros entre las carnes caídas hacia los costados... abren la toma para mostrar a la entrevistada de cuerpo completo y se le pudo observar estaba sentada en una grandísima silla de ruedas, vestida con una bata floreada de colores amarillos y azules brillantes. Sus piernas quedaban ocultas por la tela, pero parecían un par de costales de papa, flácidos y rugosos. Imaginas la cantidad de celulitis que tendrían esas piernas y se te revuelve el estómago; más aún cuando vio como en a la altura de la panza las carnes caían en ondulaciones formadas por las lonjas sobre las lonjas. Fácilmente esa persona sobrepasaba los 160 kilogramos. Movido por el morbo y la curiosidad no cambias de canal. Quedas atrapado por el programa.
La concentración de Ariadna no es muy buena. De hecho, Coelho esta vez la cansa. Deja descansar al libro en su pecho y se repite la frase “cuando una persona desea realmente algo, el Universo conspira para que pueda realizar su sueño” y piensa en su ideal de hombre: ni muy alto, ni muy chaparro, ni muy gordo, pero tampoco muy flaco, no importa que no tenga mucha dinero, aunque sí el necesario para no pasar hambres. “Nosotros ya no estamos para eso. Dice la Paloma. Pos sí tiene razón... Pero nada más andar ahí de nalgas prontas pos tampoco...” A pesar de que está fuera de los principios en que fue educada, Ariadna recuerda la conversación que escuchó accidentalmente de boca de la China: “El secreto está en esperar un poco para que se pueda lubricar bien y luego sí, a cabalgar como caballito de mar...” Ariadna Se imagina a ella y a Pablo en un jacuzzi. Pero reprime su imaginación al pensarse desnuda. “Voy a parecer un manatí retozando en las aguas burbujeantes de la cosa esa”. Pero su pensamiento es insistente y vienen a ella las imágenes del campanario de la película Nine ½ Weeks. “No, no puede ser, en un lugar público, no claro que no, ni que estuviera loca...” Pero nuevamente se ve embadurnada de chocolate líquido Hershey’s, con los ojos vendados con una mascada y sintiendo la suave y tibia lengua de Pablo recorrer su cuerpo en los lugares más deliciosos; trata de concentrarse en la sensación de un hielo recorrer sus pezones y su estómago hasta los bellos púbicos; arquea su cintura y siente un escalofrío que viaja velozmente por su espina dorsal... o el sabor de una cereza en su boca, enseguida una fresa, luego un apio y termina con un chile jalapeño... “No, basta ¿cómo puede ser que esté pensando estas cosas... Definitivamente creo que voy a necesitar el Halcion”. A su pensamiento llegan los recuerdos de imágenes grotescas de una revista pornográfica de gordas, que alguna vez vio en la secundaria, en la que una mujer de carnes abundantísimas hace el amor con un gordo negro y calvo. No olvida el repulsivo cuadro los dos “toninas” tumbados en una cama quebrada, con una mirada y una carcajada de sorpresa. Ariadna no puede evitar verse como la mujer en la fotografía. “No, definitivamente sería horrible...”
En su testimonio, la mujer sostuvo que había sido muy guapa en su juventud; había tenido un sinnúmero de pretendientes desde su temprana adolescencia y cuando estaba en la preparatoria, conoció a un hombre encantador de quien se enamoró. A los dieciocho años quedó embarazada, pero su pareja, cuando se enteró de que iba a ser padre, entró en pánico y la trató de convencer para que abortara. Con todo el dolor de su corazón tuvo que oponerse y enfrentarlo “¿Cómo iba yo a abortar a mi criatura? Cualquier cosa, menos abortar”. El idílico romance se desvaneció. El novio salió huyendo a los Estados Unidos y Josefina se quedó con sus padres, siendo objeto de su escarnio y su desprecio. Dejó la preparatoria y una vez que dio a luz, sus padres se hicieron cargo de la niña completamente; incluso si la bebé despertaba en la madrugada Josefina se levantaba para atenderla, pero su madre le impedía que la atendiera “Tu ¿qué vas a saber de estas cosas? Vete a tu cama que yo ya me hago cargo...” Los sentimientos de inseguridad y de inutilidad se fueron incrementando en la joven madre. Tuvo mala suerte en las entrevistas de trabajo. “Yo no sabía hacer nada, nunca había trabajado. Mi padre me cumplió siempre todos mis caprichos; pero las cosas salieron mal en su empresa y quebró. Por eso tuve que salir a encontrar un empleo”. No encontraba un lugar hasta que llegó a una oficina de seguros dónde el jefe abusó de ella en la entrevista. Nuevamente quedó embarazada y la despidieron del reciente trabajo y sus padres la corrieron de su casa cuando se alivió del bebé. Con todo el dolor de su corazón se fue dejando atrás a sus dos pequeños hijos. Sin dinero ni a quién poder recurrir, Josefina vagó por las calles, llegando a dormir en bancas de plazas públicas o en pasillos de las estaciones del tren ligero. Hasta que un día una buena mujer la vio muerta de frío envuelta en periódicos y se la llevó a la casa de ricos dónde a cambio de techo, comida y cincuenta pesos semanales, pudo ser sirvienta. “A pesar de mis embarazos todavía conservaba una figura hermosa” dice Josefina con una voz apagada y añade “debido al temor que tenía de quedarme sin trabajo soporté ‘las visitas’ nocturnas que me hacía el depravado de mi patrón. Yo no le podía decir a la patrona lo que ocurría, además todos los días estaba borracha, las compañeras sirvientas me decían que si quería el trabajo debería soportar... No había nadie que me pudiera ayudar, así que decidí comer y comer para perder mi figura y dejar de ser deseable...” Dice la mujer con las palabras ahogadas en lágrimas y explica que como cada día estaba más gorda ya no sólo era violada, sino que además era golpeada. Un día quiso terminar con su tormento y decidió quitarse la vida. “Yo me sentía desolada. No podía acudir con nadie a pedir ayuda y decidí terminar con aquel infierno. Don José, el jardinero de la casa, por casualidad pasó por el cuarto de servicio y la vio cuando se desangraba tirada en el piso. “El me salvó, pero no sólo eso, también me mostró el camino de la luz y de la salvación trayéndome a esta Iglesia de salvación...”
Ariadna deja sus pensamientos; va a la cocina a tomar un poco de agua y el dolor en los tobillos y rodillas le recuerdan que tiene que preparar el desayuno de mañana. “Mmmmm, para lo qué es”. Aún así, se reanima, saca la papaya del refrigerador y le empieza a quitar la cáscara con cierto pesar, la pica en cuadritos pequeños como a ella le gusta y saca del cajón del portagarrafones un par de pastillas de Paracetamol. Las toma con un poco de agua y se lleva consigo, una vez que guardó la papaya en un Tupperware la fruta, su baso de plástico azul para un litro de agua. “Estoy loca, definitivamente estoy loca” dice en voz baja como si alguien la pudiera oír. Apaga la luz de la sala y se da cuenta de que de la casa de se vecino se escucha una melodía de estilo New Age. “Ya ha de andar haciendo sus brujerías la Paloma jotita”. Se acerca a la ventana de la sala y ve que el Chevy azul de Rubén está estacionado frente a los departamentos. “Pos ahora le tocó a la Palomita...”
“Caray, nunca había pensado que alguien pudiera echar a perder su cuerpo como un mecanismo de defensa”. El testimonio de la mujer te impactó profundamente. Cambias de canal y no encuentras ningún infocomercial nuevo. Ves a Andrés García con su bomba de vacío y sientes pena. Sigues recordando las imágenes que dramatizaron los desagradables momentos que vivió Josefina y te entristeces. Apagas el televisor y quieres irte a tu cama, pero no lo haces, te quedas sentado en la sala a oscuras. Quieres pensar cosas agradables, como es tu costumbre cuando sientes una crisis venir, pero sabes que terminarás siendo avasallado por el alud de pensamientos. “No, por favor, esta vez no...”

1 comentario:

libréluna dijo...

Mostro de mi alma!, muuuy chido el post de la semana; los recursos visuales que utilizas son sencillamente GENIALES!, me encantó la imagen manatesa, qué imaginación, me cae!; gracias por la dedicatoria, me siento francamente halagada.
Un besazo desde mi trinchera.