lunes, 11 de septiembre de 2006

Agosto

Hay motivos para festejar. Pero agosto nunca ha sido un mes bueno para mí. Muchos de mis momentos más aciagos han ocurrido en ese mes. Quizá es el verano, estación que no tiene sentido en México. Acá sólo hay dos temporadas en el año: las lluvias y las secas y ese mes las divide. En agosto el calor no ha menguado todavía y llegan las moscas y los zancudos patones que ahuyentan el sueño. O tal vez son las lluvias que con timidez comienzan a desperezarse y no acaban por disminuir las altas temperaturas.
En agosto me han desquebrajado el mundo. O yo lo he hecho pedazos. En agosto lo he dejado todo por un horizonte igual de incierto que la caída. En agosto los pensamientos se arremolinan, especialmente en los ocasos nubosos, lilas, grises, rojos de realidades dobles en los que la línea del horizonte se eleva más allá de la tierra y se confunde con montañas inexistentes. En agosto se tuercen y desvanecen los sentidos que afanosamente voy construyendo. Agosto ha sido de partidas, de marchas, de peregrinaciones, de despedidas. Pero nunca de esclavitud con amores amancillados de rostros desfigurados y amoratados. En agosto no ha habido besos con bocas sin dientes, ni caricias de cuerpos vacíos y sin almas. A veces la libertad duele, pero prefiero el dolor que producen mis decisiones.
Desde fines de julio inicié mi vigilia. Expectante para ver por dónde saltaba la liebre nefasta de agosto. Intenté acortar las noches con Six feet under, con músicas y con lecturas de libros viejos. Cigarros, muchos cigarros y café, abundante café para mitigar el sueño que arreciaba a las seis de la mañana. Era inútil el garrote debajo de la cama; sería igual de inservible una pistola en el cajón del buró. El aumento de las chapas y broches en la puerta eran infructuosos. Todo eso lo sabía. Nada podría detener a esa liebre que en el momento más inesperado me asaltaría.
Me podría poner newager y agradecer que sigo vivo aquí en esta tierra. Que puedo ver el sol por la mañana con ojos resecos y arenosos que han permanecido abiertos toda la noche; podría adoptar mi máscara budista y creer que me llegó la iluminación al tomar conciencia de que con su vuelo errático, una monarca pudo llegar desde Canadá. O simplemente podría poner a Pearl Jam y cantar con el mismo coraje y fuerza que Edie Veder “I’m still Alive”. Pero no. Agosto es un mes aciago; igual a un nemontemi del que hablaban los mesoamericanos.
En los breves instantes que dormitaba, siempre un mismo sueño. La casa blanca, blanquísima, al borde del precipicio. El horizonte abierto no era obstaculizado por muro alguno; pero en el resto de la casa no había puertas ni ventanas. La salida única era el vacío el viento y la caída incierta. Incierta en el destino; incierta en qué habría de parar el descenso; incierta porque incluso sería posible caer hacia arriba. Volar. Pero el vuelo sería igual de incierto.
Pasaban los días de este agosto denso, pesado, cansado. La liebre no saltaba. Pensé por un momento en la posibilidad de que su fatalidad podría haberse hecho recuerdo y que había quedado plasmado con óleos resecos y quebradizos en un lienzo viejo y amarilloso. Pero por ningún motivo bajaría la guardia (a pesar de que no sirviera para nada).
Podría festejar este uno de septiembre. Emborracharme y dormir el sueño atrasado. Agradecer que agosto no haya traído nada esta ocasión, más que vigilia y que haya sobrevivido a agosto.

3 comentarios:

libréluna dijo...

Coincido contigo en el aburrimiento agostiano; aunque para mí el mes más soporífero y en el que he vivido los desencuentros, los desencantos, las despedidas y los desvelos, sea noviembre. No creo en las gradaciones del aburrimiento. Uno se aburre y punto. Tampoco creo en las gradaciones de las maldiciones. Estás maldito y listo. Pero a veces, la vida y los tiempos te dan sorpresas y a lo mejor sea que el minutero mensual haya olvidado pasar por tu agosto y se de cuenta hasta el próximo año. Como sea, es una bendición tenerte de nuevo posteando.

Saludillos, mi mostro del alma.

Itzxochitl dijo...

Agosto, agosto... ¡uy! ¿como que en agosto? creìa que era la ùnica que ha vivido y desvivido en ese mes....un abrazo grande desde aca...

Igor dijo...

Todo el invierno es agosto, dice mi Luis Chaves, el amigo poeta y costarricense. Y tiene una razón enorme. A mí se me cayó el mundo, también, en agosto. Y sé, desde entonces, que llueve siempre como su voz.