sábado, 23 de julio de 2005

Ariadna y su viernes intrascendente

Las novelas de TV Azteca son tus preferidas. La barra nocturna comenzaba con Ventaneando, le seguían los Sánchez, Ni una vez más, Amor en custodia y La otra mitad del sol; y luego las noticias. Pero esas no las ves. Esperas con ansias el viernes porque sabes que tienes permiso de terminar tu comida con una rebanada de pastel de doble chocolate de la pastelería OK; y para la cena, un pozole mediano con labio, pata y oreja y una coca light de bote, bien fría.

Estar sentada en aquella banca de madera, esperando que te sirvieran tu plato, oliendo los vapores provenientes del comal de doña Toña, es uno los pocos placeres por los que no sientes remordimiento. Luego ves a la Chana con sus pasitos chiquitos acarreando tu cena hasta tu lugar; quien te dice con su voz chillona “Aquí está doña Ari” —nunca dejaste de pensar que por gorda te confundían con señora—. Pero no te pones a pensar en que no tienes ni siquiera novio, estando frente al suculento pozole. Sientes como el vaporcito aromático sube hasta tu cara, para dar inicio al ritual de preparación. Le agregas la lechuga y los rabanitos, el chile, poca cebolla y el jugo de un par de limones; todo lo revuelves para que se homogeneice y esperas a que se cueza un poco la lechuga. Limpias la boquilla de la lata y la envuelves con una servilleta, como te gusta. Esperas un poco, absorta sin escuchar los chismes de las vecinas. Das un traguito a la coca y tomas la cuchara lentamente, primero caldito. Haces a un lado los granos y saboreas el líquido caliente en tu boca... No sientes culpa, en ese momento la gordura se te olvida.

“La Paloma Jotita”, como le dices a tu vecino homosexual, no está en su departamento. No se escuchan las melodías de José José. Los Sánchez ya van a la mitad y tu sigues recordando el sabor del pozole, y vuelves a sentir la sensación del crujir de la oreja cuando la muerdes... Los viernes es cuando menos atención le pones a la televisión; mientras la medio escuchas, revisas tu diario, para hacer una especie de síntesis de lo ocurrido en la semana. Lo lees pero no te das cuenta que es vacío, que narras los chimes del trabajo o si cogió o no la Paloma; que si peleó la pareja que vive arriba de tu departamento; o si don Nacho, el esposo de doña Toña, llegó borracho y la golpeó. Con esos huecos tratas de llenar tu vacío; pero cuando lo haz intuido prefieres evadir el tema.

No te gusta profundizar en nada de lo tuyo. Sabes que hacerle mucho caso a esa vorágine que tienes dentro, es sentirte halada por el abismo oscuro que hay dentro de ti. Cuando lo haces invariablemente te aflora el sentimiento de soledad y de tristeza que cargas; más aún cuando observas a unos novios devorándose las entrañas con un beso. Pasas lista de las mujeres que el viejo rabo verde de tu jefe se ha cogido. Innumerables: Claudia la chinita, Aidé con sus grandes tetas, Diana y su cabellera de ninfa, la chaparrita bonita que no recuerdas cómo se llama y las que ni siquiera fijaron una imagen en tu memoria. Varias permanecen algunos meses, la mayoría sólo semanas y se van o son promovidas a puestos más altos en la empresa. Tú eres la única que tiene más de tres años con él. El ingeniero, como todo mundo lo llama, a ti no te ha tocado, ni te ha insinuado nada. La única relación que tiene contigo es meramente profesional. “Ariadna, comuníqueme con el licenciado Rangel”, te pide, y tú piensas si te gustaría ser acosada por él o no.

Los compañeros del trabajo te saludan todos muy amables; pero no eres parte del “círculo de los corazones podridos”, como les llama Jaime el intendente, quien cada semana te hace, sin que se lo pidas, un recuento de quien se acostó con quien y quien ya tronó. Escuchas muy atenta el relato y por las noches apuntas, con tinta rosita, en la libreta de Hello Kitty que llevas por diario, cada uno de los incidentes. Las pocas veces que has escrito de lo que te ocurre o de lo que sientes, lo haces de forma ambigua y llena de metáforas; ni tu misma terminas entendiéndote. Te justificas diciendo que son tus ensayos de poesía.

No te atreviste ni siquiera a apuntar en tu diario que sí te gustó Pablo, pero como tenías tanto miedo, le demostraste desprecio y lo rechazaste. Te insistió y te diste importancia; él era sólo un mensajero. Estabas sola y no quisiste ni siquiera intentarlo. A lo más que llegaste fue a aceptarle un café aquel día que te regaló una orquídea. Nadie lo había hecho, nadie te había regalado ni siquiera una simple y trillada rosa estúpidamente amarilla; pero el pavor se apoderó de ti. Te dijo que te quería bien, que le gustabas y que le interesaba conocerte. Ni siquiera te pidió que fueras su novia. Pero tus demonios te vencieron. Todavía te sigues preguntado ¿cómo le pudo haber gustado una mujer morena, de pelo lacio sin chiste, que parece un tanque blindado? Todo te lo explicaste respondiéndote que sólo se quería acostar contigo y que luego te desecharía como condón usado.

Lo que sí pudiste describir con muy pocas letras fue que extrañas a tu papá; pero sobre el incidente telefónico con tu madre ni una sola palabra. Te llamó y la mandaste el diablo. Te dio náuseas su repetidísima cantaleta. “Ariadna, pos ¿qué pasa contigo? Ya búscate un novio. Te vas a quedar a vestir santos...” Le pediste que ya no te llamara, porque te tenía harta y colgaste. Ni te atreverás a relatar tus dudas acerca de ir a su cumpleaños. Está cercano y no sabes si irás, como todos los años, a felicitarla, para darle un abrazo que te rechaza y ponerle enfrente la cajita adornada con el presente que le compraste. “Sea como sea, es mi mamá”, te repites una y otra vez. Pero no quieres ir. Aunque sabes que terminarás yendo a pasar un mal rato. Tus tías te dirán que estás más delgada y que te ves muy bien. Pero no les vas a creer ni una palabra. Joaquín tu tío, ya borracho, se te insinuará. Sentirás asco y te irás.

Intuyes que viene una noche difícil, sabes que cuando viene la oscuridad y el mundo se duerme quedas tu sola envuelta en tus miedos. En esos momentos de insomnio cuando las justificaciones ya no te cobijan. Tu alma queda desnuda y lo que ves te asusta.

Para levantarte el ánimo tratas de concentrarte en los capítulos que tienes grabados de Dawson Creek porque te hace soñar que conoces a “tu hombre”, el único capaz de vencer tus dragones. Tratas de dormir, pero el insomnio no te deja. La acidez te quema la garganta y la Ranitidina no te ayuda en nada. El sueño espantado por tu temor y cobardía a vivir te hace encontrarte nuevamente con tu soledad. Tus ansias reprimidas de tener sexo y tu inclinación a cancelarte como mujer. Saberte gorda e incapaz de cautivar a alguien. Pero te dices que eso es lo de menos. Te quieres convencer de que no necesitas “a ningún cabrón a tu lado”. Sacas del buró las pastillas para dormir, pero la cruda del día siguiente te hace pensarlo dos veces.

Tratas de pensar en que el lunes todo cambiará; la rigurosidad de la dieta que te dio el nutriólogo es precisamente lo que necesitas para fortalecer tu espíritu y adelgazar. “Esta vez” te dices “sí la voy a seguir al pie de la letra. Un montón de cabrones andarán detrás de mí...” Pero esos pensamientos son los que menos duran en tu cabeza. El corazón vacío te clama; te grita. Lo quieres acallar. Juegas con el frasco de las pastillas. Ya tienes preparado tu vaso con agua en el buró. Sabes que terminarás tomándote dos. Pero antes prefieres describirte como una mujer compleja; que tus razones son ocultas para la mayoría de los mortales, por eso no te entienden. Te dijeron alguna vez que eras un espíritu atormentado. Te gustó como se oyó, pero ni eso es verdad. Dentro de ti te sabes ordinaria y sola. No hay un cuerpo que te caliente las noches; no hay un buenos días con una sonrisa por la mañana. No hay quien te cante ni quien te abrace. Odias tus noches de insomnio porque tu interior sale a martillarte el alma.

No puedes más, ya no te importa la cruda y tomas las pastillas. Su efecto, lento, da oportunidad para que tu pensamiento te desnude y te carcoma un poco más de tus entrañas vacías.

6 comentarios:

Chrontázar dijo...

Grasa al alto vacío, Yohualli.

Salud por las dos entregas (por cierto, "intrascendente" en ambas??? Ay, no!!!)

Anónimo dijo...

Un fuerte abrazo y una sonrisa, querido Yohualli :)

Anónimo dijo...

Y como sabes tanto del dolor de la gente pasada de peso?
Yo tengo el placer-dolor de convivir en mi consulta mucho con esos problemas, que por cierto son tan difíciles de resolver.

Besos.

Igor dijo...

No manches! Chingón el texto. La construcción de un personaje literario constituye uno de los procesos más difíciles de lograr. Y me parece que lo haces con contundencia, mi estimado. Buen logradas la atmósfera y la personalidad de la morra. Sobre todo porque nos haces saber que es gorda por sus hábitos, y por su modo de sentir. No tanto porque realmente lo esté. La sensación de sentirse atrapada en la soledad queda muy bien explicado. Acabo de releer Fight Club, del Maese Palahniuk, y no puedo evitar relacionarlo con tu texto, es decir, con el modo en que está escrito tu texto, como hablándole a alguien. Me cae que felicidades, mi estimado.

libréluna dijo...

Ahora sí que se podría institucionalizar una máxima en la vida de las gordas y es que por cada gorda hay una jotita paloma que es su amiga.
Muy bien, mostro, pero insisto en que le falta más explorar el fat dark side de Ariadna.
Besos desde Torreslandia.

Anónimo dijo...

No hay gordas feas y silas hubiera,la suerte de la fea envidia la linda.
Muy buen tema para novela. Continua queremos mas.
Posdata: Igor siempre encuentra algun parecido a todo. Que tome mas Prosac y menos Platon.