jueves, 21 de julio de 2005

El viernes intrascendente de Alejandro

Viernes nocturno otra vez. La semana de Alejandro pasó, como todas, en calma, cumpliendo las funciones del trabajo (sellar de recibido y poner timbres a la correspondencia saliente). Su jefa no estuvo toda la semana. Hubo poco movimiento; los compañeros festejaron el miércoles el cumpleaños de Lolita en “El Pargo”, pero olvidaron invitarlo. Él no lo tomó a mal, era fácil ser olvidado; además en esas reuniones se sentía incómodo, no le interesaba el futbol y no tenía mucho qué platicar. Los chismes de la oficina le interesaban poco y no le gustaba ser el objeto de la burla para amenizar la sobremesa.
Le encantaban los viernes, cuando se daba permiso de comer helado de chocolate mientras veía televisión, después de haber cenado cinco tacos de bistec (que eran los que menos grasa tenían) con una coca de dieta. Las series cómicas del Sony, Fox y Warner, eran sus preferidas; así como las comedias románticas tipo When Harry met Sally y You’ve got mail. Aunque también era un seguidor asiduo de las películas de superhéroes y de comics —la de Sin City, no le gustó; tanta violencia sin sentido fue demasiado para él, además las escenas le desagradaron porque eran como si estuviera viendo en realidad un comic—. Su héroe preferido era Hell Boy, por ser sensible y fuerte a la vez. Lo que más disfrutaba eran las películas que “mostraran como es en realidad el drama humano”, como él decía. Le fascinaban las escenas de amor con encuentros difíciles tipo aeropuerto o sacrificios por el amor. Por eso, su escena preferida era la de Leonardo di Caprio en Titanic, cuando salva a la muchacha y él muere de hipotermia.
Abrió su puerta, la de la vecina estaba cerrada. Una señora “quedada” cincuentona, que presumía mucho haber sido muy guapa de joven, era lo más cercano a una amiga. Su nombre era Pachita, aunque él ocultamente la llamaba “La Peje”, porque era de Tabasco y se comía las eses al hablar. Como no estaba podría entrar a su casa sin tener qué escuchar la mil veces repetida recomendación de “ya búscate una novia; no es normal que un hombre de tu edad viva solo”. La toleraba sólo porque era una fuente inagotable de dietas y ejercicios para bajar la panza. Alejandro se alegró de que esta vez no lo estuviera esperando, la premura era muy grande. Entró, dejó sus llaves y aventó su portafolio a la cama y derechito al baño. Una vez desahogada la urgencia tomó el Men’s Health del mes; le hacía falta leer el artículo del efecto de la nicotina en el organismo. Él no fumaba pero creía importante estar bien informado, sobre todo por fuentes confiables como esa revista que siempre basaba sus artículos en las investigaciones de científicos norteamericanos de universidades reconocidas.
Los infocomerciales no los veía para conciliar el sueño con el sonsonete repetitivo de su contenido y diálogos, sino para mantenerse al día sobre los nuevos avances en la industria de la delgadez. Su casa era todo un almacén de los productos que había adquirido por teléfono. Aparatos para hacer ejercicio como el especial para realizar abdominales sin lastimarse el cuello y la espalda, con el que menos de quince minutos al día prometían adelgazar un montón de kilos al mes; el escalón para los aeróbics, que además de elevar el impacto de los ejercicios protegía, con su avanzada tecnología, los tobillos y la espalada; pesas, gimnasios portátiles... de todo había. Aunque siendo sinceros, Alejandro sólo los probaba unos días y, al no ver los resultados prometidos, no los volvía a utilizar. Prefería los productos orgánicos, como pastillas o polvitos que aseguraban perder peso sin esfuerzos. Su alacena además de paquetes de galletas y cereales integrales, leche dietética en envase tetrabrick, varias latas de atún en agua y algunas pocas especias, contenía todo un arsenal contra la gordura. Compraba todo, pero siempre corroborara que las mercancías fueran orgánicas y que no tuvieran efectos secundarios a la salud. Estaba gordo, quería perder peso, pero no por eso iba a poner en peligro su salud.
Antes de encender la televisión vio que el foquito rojo del teléfono no parpadeaba. Nadie le había llamado a lo largo del día. Tres meses atrás cuando compró e instaló su nuevo teléfono, leyó en el instructivo, que el aparato tenía memoria para almacenar 64 llamadas en el registro identificador. Sólo había 25 números, sin descontar las diez que habían sido números equivocados. Su mamá lo telefoneaba poco. Sacó del refrigerador el envase de nieve, tomó su cuchara preferida, y se sentó a disfrutar su noche. Esta ocasión se había prometido no sentirse solo, ni ponerse melancólico y pensar en lo que era su vida, sino reír con Scrubs, The King of Queens y Fraiser. La película del Fox ya la había visto, así que no tendría qué decidir entre un canal y otro. Los capítulos eran repetidos, pero aún así los disfrutó y cumplió su promesa, la depresión y la tristeza no se habían aparecido. Estuvo cambiando de canales sin ver nada y se detuvo en el comercial de la crema maravillosa para eliminar la celulitis. Le quedaba todavía aproximadamente un cuarto de litro de su delicioso helado. Recordó que todavía había algunas galletas Óreo que compró una ocasión para mitigar la tristeza. Como esta vez no se sentía nada mal, decidió ir por ellas y hacerlas pedacitos y revolverlos en el envase, para lograr potenciar el sabor a chocolate.
Por una extraña razón empezó a sentirse triste. El espacio para SlimFast ocupaba la televisión; ya conocía a detalle su contenido; pero lo que antes le causó esperanza de poder adelgazar rápidamente, sin muchos esfuerzos, ingiriendo solamente un licuado, esta ocasión le provocó una horrible frustración. Siguió al pie de la letra las indicaciones, como era costumbre para él, pero los resultados obtenidos, al final de la semana, fueron dos kilos más. Para complicar aún más su situación recordó que esa misma semana quiso invitar a Carmen, la secretaria del jefe, un café para charlar. Era una mujer muy guapa, al menos así le parecía a Alejandro. A sus 35 tenía un hijo de 11 años, no se había casado y gustaba de leer las novelas de Jasmín cuando desayunaba. Estaba un poco pasada de peso, pero nada que no le sirviera para acentuar sus caderas y sus redondos y duros senos; además su cintura no había desaparecido. Usualmente vestía minifalda y blazer con medias de cuadritos chiquitos. Su cabello largo, bien cuidado, estaba adornado de rayitos rubios y rojos brillantes. De hecho, el único defecto que le veía era que fumaba. Carmen, cuando escuchó la propuesta de su compañero, se sonrió y amablemente explicó que ese miércoles no podía, pero que el viernes lo tenía libre... “O.k. Carmen, ¿entonces el viernes?” Repuso él esperanzado. Pero cuando llegó el día de la cita, Alejandro subió a la oficina de ella sólo para escuchar “¡Ay Fatlex! —así lo llamaban en el trabajo— Fíjate que me salió un compromiso con mi familia que no puedo cancelar, ¿me podrías disculpar? Tuve muchísimo trabajo y olvidé decírtelo a lo largo del día”. Con su clásica amabilidad y caballerosidad, él no se inmutó; le sonrió respondiendo que no había ningún problema y que la comprendía.
Trató de no pensar en el incidente y fue directo al supermercado a comprar una caja de galletas Óreo y disfrutar de su clásico viernes en casa. Pero aquel día algo pasó dentro de él. Cuando se acostó odió, más que nunca, a su cuerpo; se repetía mentalmente “por estar gordo, pendejo, por estar gordo, tú tienes la culpa”. Estuvo revolcándose sin control en la cama; su frustración en vez de deprimirlo, como comúnmente ocurría, le causó desesperación y coraje hacia sí mismo. Se puso de pie; caminó alrededor de su recámara. Sacó la báscula de debajo de la cama y la pateó con toda su rabia. Se arrancó el pijama y miró con mucho odio su redonda figura en el espejo. Empezó a golpearse el cuerpo, sobre todo el estómago. “Eres un pinche gordo horrible, tu tienes la culpa”. Se repetía cada que se daba un puñetazo. La rabia se combinó con el dolor y quiso gritar, llorar con toda su fuerza, pero se reprimió, no quiso molestar a los vecinos y sobretodo no deseaba que se enteraran de que algo le pasaba. Pero era tan grande lo que le ocurría que hundió su cabeza en la almohada y ahogó su grito desesperado. Las lágrimas corrieron incontrolables...
Pero este viernes no haría lo mismo, de hecho evitaba, por todos los medios, recordar ese desagradable incidente. No se lo quiso contar ni a Mari, su psicóloga, porque no tenía caso, además sólo había sido un exabrupto. Él era paciente, y “el que persevera alcanza”, se repetía. Sólo era cuestión de no perder la fe y la calma y lograría deshacerse de su gordura. Así se lo dijo el nutriólogo.
Con miedo de sí mismo, se fue a la cama...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gorditos y bonitos, gorditos y bonitos...
Aparentar es un juego común. No prestarse a las situaciones clásicas de los gorditos, pero sufrir como la mayoría. Ese Alex tiene potencial, sabe a donde vaya y cómo llegue.
Kaquien, pero en general, si te gusta el comic te gasta el comic, muchas veces por lo que ayuda a evadir o crear; complejo personaje que convina ese gusto con disfrutar el "drama humano".
Vamos Alex, a llenar vacios.

Sigan sonriendo muchachos, sigan sonriendo...


Yetto.

Anónimo dijo...

Pues agradome bastante lo tajante que se me presenta el texto como ligero, sencillo y hasta divertido en la primera parte e igualmente tajante en el aspecto dramático final que no necesariamente se contrapone al inicio; si bien es cierto que el último en ver su propio drama es el personaje en cuestión, pues su vida no se parece a las peliculas lagrimita feliz que "revelan el drama real de la vida" (¿era así?). En mi muy fumada opinión la vida de Alejandro tiene más parecido a las imágenes pseudo reales del comic, que a las realidades inverosímiles de los dramas holywoodenses. Creo que Alejandro propicia en el lector, tanto burla como complicidad. Pero sigo pensando en el texto por si una madrugada de estas cambio de opinión. Alguien F. G.

Anónimo dijo...

Pobrecito el gordis, con la identidad perdida dentro de la grasa, oculta y soslayada. Y tratando de ser algo copiado de las películas, las revistas y los anuncios, échándole la culpa a la panzota de sus fracasos, pero además, sin ponerse a dieta. Miedo , terror a salir a la vida real?? Conozco varios que solo viven sus historias dentro de la vida figurada de otros, los de los comics, la telenovela de las 9 y los sueños guajiros.

Ernesto Rodsan dijo...

La verdad me he estado divirtiendo de lo lindo creando personajes. El Gran Alejandro, es uno que he venido refelxionando durante mucho tiempo. Me dio gusto que comentaras Rebe el rollo de la burla y la compicidad; la verdad siempre me ha costado un poco de trabajo comunicar en lo escrito lo primero, sobre todo.
Así es Joven, creo que el potencial del protagonista es grande. La neta prefiero aprender de él que manipularlo. No sé a dónde me vaya a llevar, pero cada vez me estoy encariñando más con él. Aunque, Ariadna es un poco más compleja. Ya la conocerás. Creo que te reprimiste un poco en tu crítica y la manejaste muy sutilmente, pero creo que entendí a qué te refieres.
Las citas de Madagascar fueron sencillamente chingonsísimas. Así seguiré: Gordito y bonito; gordito y bonito...
Noemí, muchas gracias por atender el llamado. Eres fulminante. Pocas palabras, para un gran contenido. De veras muchas gracias. Me sentí alagado cuando hablas de concer casos de personas que tienen miedo de salir a la vida real. En eso podría definir lo que intenté hacer con el Gran Alejandro.
Gracias a los tres por los comentarios y la lectura.
May the force be with you

Igor dijo...

Nice. Me gusta, me gusta.